Page 278 - El Señor de los Anillos
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asuntos pudiera debilitarse.
        » Luego de estas palabras Isildur describe el Anillo, tal como lo encontró:
       Estaba caliente cuando lo tomé, caliente como una brasa y me quemé la
       mano,  tanto  que  dudo  que  pueda  librarme  alguna  vez  de  ese  dolor.  Sin
       embargo se ha enfriado mientras escribo y parece que se encogiera, aunque
       si  n  perder  belleza  ni  forma.  Ya  la  inscripción  que  lleva  el  Anillo,  que  al
       principio era clara como una llama, se ha borrado y ahora apenas puede
       leerse. Los caracteres son élficos, de Eregion, pues no hay letras en Mordor
       para un trabajo tan delicado, pero el lenguaje me es desconocido. Pienso
       que se trata de una lengua del País Tenebroso, pues es grosera y bárbara.
       Ignoro que mal anuncia, pero la he copiado aquí, para que no caiga en el
       olvido. El Anillo perdió, quizás, el calor de la mano de Sauron, que era negra
       y sin embargo ardía como el fuego, y así Gil-galad fue destruido; quizás si el
       oro se calentara de nuevo, la escritura reaparecería. Pero por mi parte no
       me arriesgaré a dañarlo: de todas las obras de Sauron, la única hermosa. Me
       es muy preciado, aunque lo he obtenido con mucho dolor.
        » Leí  estas  palabras  y  supe  que  mi  pesquisa  había  terminado.  Pues  como
      Isildur había supuesto, la inscripción había sido grabada en la lengua de Mordor y
      los sirvientes de la torre y lo que ahí se decía, era ya conocido. Pues el día en que
      Sauron  se  puso  el  Único  por  primera  vez,  Celebrimbor,  hacedor  de  los  Tres,
      estaba mirándolo y oyó desde lejos cómo pronunciaba estas palabras y así se
      conocieron los malvados propósitos de Sauron.
        » Me despedí en seguida de Denethor, pero iba aún hacia el norte cuando me
      llegaron  mensajes  de  Lórien:  que  Aragorn  había  estado  allí  y  que  había
      encontrado a la criatura llamada Gollum. Lo primero que hice fue ir a buscarlo y
      escuchar su historia. No me atrevía a imaginar los peligros mortales a que habría
      estado expuesto.
        —No  hay  por  qué  recordarlos  —dijo  Aragorn—.  Si  un  hombre  tiene  que
      pasar delante de la Puerta Negra, o pisar las flores mortales del Valle de Morgul,
      conocerá el peligro. Yo también desesperé al fin y emprendí el camino de vuelta.
      Y he ahí que la fortuna me ayudó entonces y tropecé con lo que buscaba: las
      huellas de unos pies blandos a orillas de un estanque cenagoso. Las huellas eran
      frescas, de pasos rápidos, y no iban hacia Mordor: se alejaban. Las seguí por las
      orillas de las Ciénagas Muertas y al fin lo alcancé. En acecho junto a una laguna,
      mirando las aguas estancadas mientras caía la noche, así atrapé a Gollum. Un
      barro  verde  le  cubría  el  cuerpo.  Nunca  nos  entenderemos,  parece,  pues  me
      mordió  y  yo  no  me  mostré  amable.  No  obtuve  nada  de  su  boca,  excepto  la
      marca de unos dientes. Creo que esa fue la peor parte del viaje, el camino de
      vuelta,  vigilándolo  día  y  noche,  obligándolo  a  caminar  delante  de  mí  con  una
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