Page 56 - El Señor de los Anillos
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sur había guerras y crecía el temor. Los orcos se multiplicaban de nuevo en las
      montañas.  Los  trolls  estaban  en  todas  partes;  ya  no  eran  tontos,  sino  astutos  y
      traían armas terribles. Y también se hablaba de criaturas todavía más espantosas,
      pero que no tenían nombre.
        Poco de esto llegó a oídos de los hobbits comunes, como es natural, pero hasta
      los  más  sordos  y  los  más  sedentarios  comenzaron  a  oír  cuentos  extraños  y
      aquellos  cuyas  ocupaciones  los  llevaban  a  las  fronteras  del  país  veían  cosas
      curiosas.  Las  conversaciones  en  El  Dragón  Verde,  en  Delagua,  una  tarde  de
      primavera, en  el  quincuagésimo  año  de Frodo,  demostraron  que  esos rumores
      habían  llegado  al  corazón  mismo  de  la  Comarca,  aunque  la  mayoría  de  los
      hobbits se los tomaran a risa.
        Sam Gamyi estaba sentado en un rincón, cerca del fuego, de frente a Ted
      Arenas,  el  hijo  del  molinero,  y  varios  rústicos  jóvenes  escuchaban  la
      conversación.
        —Se oyen cosas extrañas en estos días —dijo Sam.
        —Ah  —dijo  Ted—,  las  oyes,  si  escuchas.  Pero  para  escuchar  cuentos  de
      vieja y leyendas infantiles, me quedo en mi casa.
        —Sin duda —replicó Sam—, y te diré que en algunos de esos cuentos hay
      más  verdad  de  lo  que  crees.  De  cualquier  modo,  ¿quién  inventó  las  historias?
      Toma el caso de los dragones.
        —No, gracias —dijo Ted—. No lo haré. Oí hablar en otro tiempo cuando era
      más joven, pero no hay razón para creer en dragones ahora. Hay un solo dragón
      en Delagua y es El Dragón Verde —concluyó, y todos se rieron.
        —Bien —dijo Sam riéndose con los demás—. ¿Pero qué me cuentas de esos
      hombres-árboles, esos gigantes, como quizá los llames? Dicen que vieron a uno
      mayor que un árbol más allá de los páramos del norte no hace mucho tiempo.
        —¿Quiénes lo vieron?
        —Mi primo Hal, por ejemplo. Trabajaba para el señor Boffin en Sobremonte
      y subió a la Cuaderna del Norte a cazar. Él vio uno.
        —Dice que lo vio, quizá. Tu Hal siempre dice que ve cosas y quizá vea lo que
      no hay.
        —Pero éste era del tamaño de un olmo y caminaba dando zancadas de siete
      yardas como si fuese una pulgada.
        —Entonces te apuesto a que no era una pulgada. Lo que vio era un olmo, lo
      más probable.
        —Pero éste caminaba y no hay olmos en los páramos del norte.
        —Entonces no vio ninguno —dijo Ted.
        Se  oyeron  risas  y  aplausos;  la  audiencia  parecía  pensar  que  Ted  se  había
      apuntado un tanto.
        —De cualquier modo —replicó Sam—, no puedes negar que otros además de
      Hal han visto a gentes extrañas cruzando la Comarca. Cruzando, sí, no lo olvides;
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