Page 599 - El Señor de los Anillos
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                     El camino de Isengard
      A sí, en el prado verde a orillas de la Corriente del Bajo, volvieron a encontrarse,
      a la luz de una hermosa mañana, el rey Théoden y Gandalf, el Caballero Blanco.
      Estaban con ellos Aragorn hijo de Arathorn, y Legolas el elfo, y Erkenbrand del
      Folde Oeste, y los señores del Palacio de Oro. Los rodeaban los Rohirrim, los
      Jinetes de la Marca; una impresión de maravilla prevalecía de algún modo sobre
      el júbilo de la victoria y los ojos de todos se volvían al bosque.
        De  pronto  se  oyó  un  clamor  y  los  compañeros  que  el  enemigo  había
      arrastrado al Abismo descendieron de la empalizada: Gamelin el Viejo, Eomer
      hijo  de  Eomundj  y  junto  con  ellos  Gimli  el  enano.  No  llevaba  yelmo  y  una
      venda manchada de sangre le envolvía la cabeza; pero la voz era firme y sonora.
        —¡Cuarenta  y  dos,  maese  Legolas!  —gritó—.  ¡Ay!  ¡Se  me  ha  mellado  el
      hacha! El cuadragésimo segundo tenía un capacete de hierro. ¿Y a ti cómo te ha
      ido?
        —Me has ganado por un tanto —respondió Legolas—. Pero no te celo ¡tan
      contento estoy de verte todavía en pie!
        —¡Bienvenido, Eomer, hijo de mi hermana! —dijo Théoden—. Ahora que te
      veo sano y salvo, me alegro de veras.
        —¡Salve, Señor de la Marca! —dijo Eomer—. La noche oscura ha pasado y
      una vez más ha llegado el día. Pero el día ha traído extrañas nuevas. —Se volvió
      y miró con asombro, primero el bosque y luego a Gandalf—. Otra vez has vuelto
      de improviso, en una hora de necesidad —dijo.
        —¿De improviso? —replicó Gandalf—. Dije que volvería y que me reuniría
      aquí con vosotros.
        —Pero no dijiste la hora, ni la forma en que aparecerías. Extraña ayuda nos
      traes. ¡Eres poderoso en la magia, Gandalf el Blanco!
        —Tal vez. Pero si lo soy, aún no lo he demostrado. No he hecho más que dar
      buenos  consejos  en  el  peligro  y  aprovechar  la  ligereza  de  Sombragris.  Más
      valieron vuestro coraje y las piernas vigorosas de los hombres, del Folde Oeste,
      marchando en la noche.
        Y entonces  todos  contemplaron  a  Gandalf con  un  asombro  todavía mayor.
      "Algunos  echaban  miradas  sombrías  al  bosque  y  se  pasaban  la  mano  por  la
      frente, como si pensaran que Gandalf no veía lo mismo que ellos.
        Gandalf soltó una larga y alegre carcajada.
        —¿Los árboles? —dijo—. No, yo veo el bosque como lo veis vosotros. Pero
      esto no es obra mía, sino algo que está más allá de los designios de los sabios. Los
      acontecimientos se han desarrollado mejor de lo que yo había previsto y hasta
      han sobrepasado mis esperanzas.
        —Entonces,  si  no  has  sido  tú,  ¿quién  ha  obrado  esta  magia?  —preguntó
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