Page 733 - El Señor de los Anillos
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Una ventana al oeste
S am tenía la impresión de haber dormido sólo unos pocos minutos, cuando
descubrió al despertar que ya caía la tarde y que Faramir había regresado. Había
traído consigo un gran número de hombres; en realidad todos los sobrevivientes
de la batalla estaban ahora reunidos en la pendiente vecina, es decir unos
doscientos o trescientos hombres. Se habían dispuesto en un vasto semicírculo,
entre cuyas ramas se encontraba Faramir, sentado en el suelo, mientras que
Frodo estaba de pie delante de él. La escena se parecía extrañamente al juicio de
un prisionero.
Sam se deslizó fuera del helechal, pero nadie le prestó atención, y se instaló
en el extremo de las hileras de hombres, desde donde podía ver y oír todo cuanto
ocurría. Observaba y escuchaba con atención, pronto a correr en auxilio de su
amo en caso necesario. Veía el rostro de Faramir, ahora desenmascarado: era
severo e imperioso; y detrás de aquella mirada escrutadora brillaba una viva
inteligencia. Había duda en los ojos grises, clavados en Frodo.
Sam no tardó en comprender que las explicaciones de Frodo no eran
satisfactorias para el Capitán en varios puntos: qué papel desempeñaba el hobbit
en la Compañía que partiera de Rivendel; por qué se había separado de Boromir;
y a dónde iba ahora. En particular, volvía a menudo al Daño de Isildur. Veía a las
claras que Frodo le ocultaba algo de suma importancia.
—Pero era a la llegada del mediano cuando tenía que despertar el Daño de
Isildur, o así al menos se interpretan las palabras —insistía—. Si tú eres ese
mediano del poema, sin duda habrás llevado esa cosa, lo que sea, al Concilio de
que hablas, y allí lo vio Boromir. ¿Lo niegas todavía?
Frodo no respondió.
—¡Bien! dijo Faramir. Deseo entonces que me hables más de todo eso; pues
lo que concierne a Boromir me concierne a mí. Fue la flecha de un orco la que
mató a Isildur, según las antiguas leyendas. Pero flechas de orcos hay muchas, y
ver una flecha no le parecería una señal del Destino a Boromir de Gondor.
¿Tenías tú ese objeto en custodia? Está escondido, dices; ¿no será porque tú
mismo has elegido esconderlo?
—No, no porque yo lo haya elegido respondió Frodo. No me pertenece. No
pertenece a ningún mortal, grande o pequeño; aunque si alguien puede
reclamarlo, ese es Aragorn hijo de Arathorn, a quien ya nombré, y que guió
nuestra compañía desde Moría hasta el Rauros.
—¿Por qué él, y no Boromir, príncipe de la Ciudad que fundaron los hijos de
Elendil?
—Porque Aragorn desciende en línea paterna directa del propio Isildur hijo
de Elendil. Y la espada que lleva es la espada de Elendil.