Page 11 - trilce
P. 11
III
SIEN EN
[Cristóbal Durán (Santiago)]
III, una continua moratoria
El poema III trata de una descripción, o, más bien, se trata del ejercicio de una descripción. El poema se toma su tiempo, pero para descolocar el tiempo. El pasado pareciera sobrevivir en sus líneas, agolpándose y plegándose linealmente. Es un poema demoroso, con las marcas de la extraña fisionomía de la continuidad. Es la voz de un niño la que habla. Parece ser la voz de un niño—o todavía no un niño, o ya no un niño, quién sabe—. Tenemos la tentación de creer que hay un ejercicio de rememoración, pero hay más bien una de(me)morancia. “Madre dijo que no demoraría”, pero se hace tarde, y el poema nos suspende, implacable, en esa demora. Y eso se continúa mientras yacemos presos en el poema, como podría haber yacido preso el mismo poeta. En lugar de traer el pasado al presente, como quisiera el sano sentido común, y dándole de paso al presente la fantasía infantil de que puede dominar todo pasado, el poema nos arroja a un descampado de esa continua moratoria.
El poema se abre y se cierra oscurecido: “Da las seis el ciego Santiago, / y ya está muy oscuro.” Está muy oscuro, reiteramos, y las personas mayores no han vuelto. ¿Quiénes son esas personas mayores? ¿Cuál es su mayoridad? Si ya el tiempo nos tiene enroscados, si el elemento de nuestro tránsito es este continuo oscuro u oscurecido, tendríamos que saber que la mayoridad de estas personas no reside en que sean los predecesores o los ancestros, ni en su mayoría de edad (como aquella de alguna Au- fklärung). No, los mayores son quienes actúan como medida de comparación, como pa- trón rector, como ese sentido trascendente desde el cual toda infancia no es más que un estado en vilo, en souffrance, un tramo de singularidades que no encuentra su metro.
Y, por ello, la infancia parece mantenerse en vilo, sin dormir. “Las personas ma- yores / ¿a qué hora volverán?” De cabo a rabo estamos como empantanados al leer los versos. Su despliegue avanza, pero dejándonos donde mismo. Se podrá ver, desde ahora, que hay cierta lentitud en la recorrida de ese continuo. Lentitud que tropieza con advertencia. Una voz pide cuidado a “Aguedita, Nativa, Miguel”, cuidado con ir “por donde / acaban de pasar gangueando sus memorias / dobladoras penas”. Las memo- rias se ganguean, sale la voz un poco por la nariz, la voz que profiere su memoria, sus memorias. ¿Serán las penas, dobladoras penas, las que ganguean sus memorias? Lugar donde no habría que adentrarse, pero que una vez leyendo, ya no nos queda más que estar dentro. El poema mismo, que nos hablaba de las personas mayores que no han vuelto—todavía—, que pareciera querer ponernos como espectadores de ese no-arri- bo, y que lo va diciendo para que lo leamos, nos previene de ahí donde las dobladoras penas acaban ya de pasar, y para colmo ganguendo sus memorias (podríamos incluso suponer: esas memorias no son bien oídas, la voz nasal interfiere...).
El niño insiste, no deja de insistir en los versos. Hipermnesia, pero enturbiada, contaminada. La voz del poeta sigue y sigue. Pero no pasa (a) nada, pasa nada. Segunda advertencia: tengan cuidado de ir “hacia el silencioso corral, y por donde / las gallinas que, / se están acostando todavía / se han espantado tanto.” ¿Quién le dice ese no a los niños (¿son niños?), ese no que quiere orientar o frenar sus tanteos? ¿Qué habrá oído
VOLVER AL ÍNDICE