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III
     SIEN EN
  / no pudiésemos partir”. La casa pareciera ser de los mayores, mayores que obligan a esperar, que exigen que la espera sea contable. Los menores ocupan la estepa de la casa. No viven en ella para dominar sus entradas y salidas, la medida de los horarios, el equilibrio entre la partida y la llegada. Nosotros, los pequeños, estamos en medio. Demora y estancia. Los mayores parecen haber abandonado. ¡Pero no vayamos a leer ese abandono desde una carencia ni desde una falta! “Madre dijo que no demoraría”, tenemos que traducir: “Madre es demora”, estancia de la demora. Casi en el sentido en que Patricio Marchant nos pedía que leyéramos donar donde decía abandonar. La ma- dre nunca se da, ella, y en ese nunca continuo cada cosa puede llegar a ser. Permite que algo se dé, que algo llegue a ser. O bien, que no sea. Alea iact est.
Hay que recordar que abandonar viene de la expresión, francesa, laisser à ban- don, dejar en poder de alguien. Abandonarse es entregarse a alguien, y si suprimimos el reflexivo abandonar es entregar a alguien. Abandonarse, soltar, dejar ser la cosa. Ex- ponerse a, entregarse a, ponerse a disposición de. Abandonar es también entregar. Dar. Dejar la palabra, o más que eso, dejar espacio para tomar la palabra. Pero es, primero, dejarse, para poder hacer cualquier cosa, cualquier movimiento. Abandonado, depen- do irrestrictamente; pero en ese dejar-ser, como sin voluntad, puedo tantear. Abando- nado se está a merced, puede suceder cualquier cosa – se está a merced de recorrer el continuo en demora, y hacer de ello la estancia. No sólo estamos liberados de padre y madre—huérfanos—sino que podemos partir gracias a ese don.
En los últimos versos del poema, la voz se pregunta una vez más por Aguedita, Nativa, Miguel. “Llamo, busco al tanteo en la oscuridad.” Es difícil no pensar en el juego de la gallinita ciega. Los ojos cubiertos, vendados, cubiertos con una bandana dejan a la deriva, liberado de la sujeción a sí mismo, a la gallina ciega. Gallina, en “silencioso corral”, acostándose todavía. Uno tantea, se guía por voces que no se reconocen, memo- rias que ganguean. La gallina ciega no puede atrapar a nadie, y la idea es tantear, apro- ximarse y alejarse, sin saber que se lo hace. Distenderse, uno de los términos que po- dríamos escuchar en abandonarse. Gallina desorientada. Incluso gallina que ha perdido su cabeza, caput, su mando, revoloteando frenética como cuando ha sido degollada por su captor. El Littré nos dice que s’abandonner, en su forma reflexiva, se emplea también en el siglo XIX para referirse a un orador que “se lanza sin rodeos a la improvisación”, o a propósito de un niño “que comienza a dar sus primeros pasos”.
Pero la bandana, la venda, todavía deja ver algo de luz. No es la oscuridad del caos insondable o del abismo indiferenciado. Todavía quedan los nombres de Aguedi- ta, Nativa, Miguel a los cuales la voz poética pareciera preguntarles, preguntándose a sí mismo: “No me vayan a haber dejado solo, / y el único recluso sea yo.” Quizá la voz siempre estuvo sola, pero eso es algo que no pretenderemos resolver. Muy sola y acom- pañada. No nos quedará el tiempo que nos da el poema para preguntarnos por esta soledad, esta estancia, esta demora, la infancia, el continuo. Solo nos queda pensar con, al costado de ese bello poema en prosa, publicado póstumamente, que se inicia con “No vive ya nadie...”:
—No vive ya nadie en la casa —me dices—; todos se han ido. La sala, el dormitorio, el patio, yacen despoblados. Nadie ya queda, pues que todos han partido.
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