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VI
     SIEN EN
  [Juan Javier Rivera Andía (Varsovia)]
TRILCE SEIS Y YO
(O NO VOLVER AÚN AL PERÚ)
Estado de la cuestión, con sus correspondientes citas y referencias bibliográficas (algunas, evidentes; otra, más bien innecesaria), a proponerse para su publicación en alguna improbable revista científica de algún centro de investigaciones (que subsista) en aquella curiosa región de Sudamérica
“Trilce VI”. Casi veinte años ya fuera del Perú; esto es, de Carabayllo o de Lima, da lo mismo. Y todavía no he vuelto. Puesto que, mal que me pese, probablemente no retorne; intentaré esbozar aquí aquello que se vuelve más bien incomunicable cada vez que uno se va así, como huyendo (y las causas para esto son un punto fundamental de la sociología que aquí ensayamos): la consciencia de un particular maltrato (una vez librado de este) para aquellos que siguen bajo su paradójica égida (es decir, que nacen y mueren del y con el maltrato). Cabe notar, desde el principio, que el problema de la comunicabilidad de esta consciencia no parece, en realidad, tan distinto (aunque sea dolorosamente inverso) al de la inefabilidad que afecta el sempiterno afán antropológico: la traducción de la besheza, de lo formidable, del misterio —de aquello que el etnógrafo (una vez rescatado de su trabajo de campo) recuerda— a cualquiera que (potencialmente) comparta su mundo originario...
Claro, ¡y sería más que suficiente! ¿El pueblo pide una verdadera justicia? Pues hacemos que se conforme con una un poco menos injusta. ¿Los trabajadores gritan basta ya de explotación? Pues procuremos que sean un poco menos explotados, pero sobre todo, que no se avergüencen de serlo... ¿Quieren que desaparezcan las clases? Pues haremos que no haya tanta diferencia, o mejor, que no se note tanto. ¿Quieren revolución? Pues les daremos reformas, los ahogaremos en reformas... mejor aún, en promesas de reformas que jamás les daremos (Darío Fo. Muerte accidental de un anarquista, 1970).
“El traje que vestí mañana/no lo ha lavado mi lavandera:/lo lavaba en sus venas otilinas,/en el chorro de su corazón, y hoy no he/de preguntarme si yo dejaba/el traje turbio de injusticia”. En efecto, por huir de los embrutecidos dementes cubiertos de mugre, aquellos que a diario hurgan en la basura que hierve bajo el sol en uno de los extremos de la Avenida Universitaria; tomé ―casi sin dinero ni amigos— un avión que aterrizaría en el hemisferio opuesto; esto es, los rascacielos de Boston, o los parques de Madrid, da lo mismo. Aún me es un misterio cómo ese chiquillo osara tomar partido así de su soledad. ¡Pero que quede claro que no cumplía su destino! Más bien
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