Page 504 - Revista Educativa
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(LE AGREGO EL TEXTO YA QUE NO SE DISTINGUE ESCANEADO.)

                        Esto ocurrió hace muchos años, exactamente 1816. En Córdoba vivía juan, un chico como ustedes, inquieto,
                        travieso, pero sobre todo, muy curioso. Debe haber sido por eso que, andando por el campo, al ver a varios
                        gauchos tomando mate y charlando bajo la sombra de un ombú, no pudo aguantar las ganas de escuchar lo
                        que decían.
                        Así, escondido atrás de un árbol, oyó:

                        -Parece que en Tucumán va a ocurrir algo importante, para nuestra Patria… - dijo uno de ellos.
                        -¡Aja! andan diciendo que los congresales harán realidad el gran sueño criollo. ¡Declarar nuestra
                        independencia! – agrego otro.

                        -¿Y quiénes son los congresales?- pregunto el más joven.

                        -¡Me extraña que no lo sepa amigo!- Son esos señores que representan al pueblo, a cada uno de nosotros y
                        nuestros deseos-.

                        -Mi deseo es no depender de España ni de ningún otro país- exclamo el joven.
                        -¡Ese es mi deseo y el de todos amigo! ¡Como quisiera ir a Tucumán ya mismo! Comento uno de ellos.


                        “¿Congresales?-¿Tucumán?¿Independencia? –Pensó juan, y luego se dijo en voz baja- : pero si mi papa es
                        congresal… Entonces, ¿tiene que ir?”
                        Salió corriendo a su casa-. Al llegar, encontró a su mama bordando un blanquísimo mantel, mientras que en la
                        cocina, Tomasa mezclaba sobre una mesa los ingredientes para preparar tamales.

                        -¡Madre! ¡Madre! ¡Escuche que los congresales se van para Tucumán! –grito Juan.

                        -¡shhhh! ¡Silencio, hijo!  Tu padre está descansando. Lo espera un largo viaje…
                        -¡ya veo! Pantaleón está preparando la galera… ¡Yo quiero ir también! –le suplico Juan a su mamá.

                        -Pero hijo, la travesía es muy cansadora, y no debe durar menos de 25 días en llegar.
                        -¡no importa! ¡Quiero ir y ver de cerca todo lo que suceda!

                        Los gritos de Juan despertaron al papá, quien se acercó y, acariciándole la cabeza le dijo:
                        -¿Así que querés venir…? ¡De acuerdo! Creo que ya tenés edad para acompañarme.

                        Juan no tardo más de diez minutos en preparar su equipaje y, una vez que tuvo listo, ambos se despidieron
                        de la mama con el corazón rebosante de alegría.



                        Pantaleón ya estaba ubicado en el asiento del pescante, y así, sin demora, la galera tirada por seis caballos
                        empezó su largo viaje.

                        En ese tiempo, los caminos no existían, solo eran simples huellas trazadas por los chasquis, que eran los
                        mensajeros del servicio del correo.
                        La galera iba atravesando cardales, sierras, desierto y solo cada tanto encontraban una posta para poder
                        descansar.
                        -¡Mira, Juan, un ranchito! ¡Es una posta!






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