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Naturalismo e impresionismo
ta debe, como insinúa Mallarmé, «dar paso a la iniciativa de las pa
labras»; debe permitirse a sí mismo ser llevado por la corriente del
lenguaje, por la sucesión espontánea de imágenes y visiones, lo cual
implica que el lenguaje es no sólo más poético, sino también más
filosófico que la razón. El concepto rousseauniano de un estado de
naturaleza que es, según se dice, mejor que ia civilización, y la idea
de Burke de un desarrollo histórico orgánico que produce, según se
supone, cosas más valiosas que el reformismo, son los orígenes ver
daderos de esta teoría poético-mística, y son reconocibles todavía
en la noción de Tolstói y Nietzsche de que el cuerpo es más sabio
que la mente, y en la teoría bergsoniana de que la intuición es más
profunda que el intelecto. Pero este nuevo misticismo del lengua
je, esta alchimk du verbe, como toda la interpretación alucinante de
la poesía, viene directamente de Rimbaud. Él fue quien hizo la de
claración que ha tenido una influencia decisiva en toda la literatu
ra moderna, o sea que el poeta debe convertirse eri un vidente y que
su cometido es prepararse para esto por medio de un sistemático
extrañamiento de los sentidos de sus funciones normales, por la
desnaturalización y deshumanización de éstos. La práctica que
Rimbaud recomendaba estaba no sólo de acuerdo con el ideal de ar-
tificialidad que todos los decadentes tenían en la cabeza como su
ideal supremo, sino que contenía ya el nuevo elemento, o sea el de
la deformación y la mueca como medio de expresión, que se volvió
tan importante para el moderno arte expresionista. Estaba basado,
en lo esencial, en el sentimiento de que las actitudes espirituales
normales y espontáneas son artísticamente estériles, de que el poe
ta debe superar al hombre natural que lleva dentro de sí para des
cubrir el significado escondido de las cosas.
Mallarmé era un platónico que miraba la ordinaria realidad
empírica como la forma corrompida de un ser absoluto ideal y atem-
poral, pero que quería realizar el mundo de las ideas, al menos par
cialmente, en la vida terrenal. Vivió en el vacío de su intelectualis-
mo, completamente separado de la vida práctica ordinaria, y casi no
tuvo en absoluto relaciones con el mundo fuera de la literatura. Des
truyó toda espontaneidad dentro de sí mismo y se convirtió en algo
así como el autor anónimo de sus obras. Nunca siguió nadie el ejem-
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