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su propósito científico.  Como veremos,  debido a sus creencias
        luteranas fue  expulsado de Graz,  de  Praga y de Linz,  es decir,
        prácticamente de todos los lugares donde trabajó.
            Los acontecimientos científicos durante la infancia de Kepler
        estaban ya fraguando la explosión de descubrimientos que vendría
        después. En Dinamarca, un astrónomo muy escrupuloso con las
        mediciones, Tycho Brahe,  dispuso de toda una isla (Hven) para
        hacer sus cálculos en un observatorio (Uraniborg) sin restricción
        económica alguna. Pero quizá lo más resaltable fue que el astró-
        nomo polaco Nicolás Copérnico había publicado en 1543 De revo-
        lutionibus orbium coelestium, libro donde se osaba decir que si la
        Tierra giraba en tomo al Sol, y no al revés, los cálculos matemáticos
        de las posiciones de los planetas eran mucho más sencillos.
            La humanidad no estaba aún preparada para tal descubri-
        miento. Lutero lo rechazó, y más violenta aún fue la reacción de
        su colaborador y sucesor, Melanchton, mientras que los católicos
        fueron inicialmente más tolerantes solo porque el libro había sido
        dedicado al papa Pablo III. Las reacciones ante la hipótesis helio-
        céntrica fueron muy dispares y vacilantes. En la Universidad de
        Salamanca era optativo recibir la enseñanza de la astronomía,
        bien por el sistema de Copémico, bien por el de Ptolomeo. Pero
        pronto arreció la intolerancia católica en gran parte de Europa.
            Kepler era un hombre muy religioso, esencialmente religioso.
        Eso no es sorprendente. Lo que sí lo es más, es que su fe y su cien-
        cia estuvieran de tal modo intrincadas que aquella fue para esta su
        inspiración, su fuente de creatividad y su potencia Pensaba que Dios
        había creado el mundo geométricamente perfecto. Y como Dios había
        creado al hombre a su imagen y semejanza, el hombre podía com-
        prender el mundo. No todos los hombres, pero sí él.  Por tanto,
        tenía la misión de dar a conocer a los hombres la belleza geomé-
        trica de la obra de Dios. No podía consentirse fallar en dicha mi-
        sión, así que lo que encontrara tenía que estar tan comprobado
        que su certeza fuera incuestionable. Así no se hace la ciencia, pen-
        samos hoy, pero así la hizo Kepler, siendo en ello tan desconcer-
        tante como en todo lo que llevó a cabo a lo largo de su vida.
            Su fe también fue la causa de su accidentada trayectoria pro-
        fesional y sus frecuentes cambios de ciudad en busca de un sitio






                                                         INTRODUCCIÓN        9
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