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el 11 de octubre de 2009 de no ser por el extraordinario espíritu de solidaridad que nos alentó durante
           gran parte de la pelea.

               Nos cuenta Yesi: “Nos dio un poco de melancolía al ver que se llegaba la fecha y que no iba a tener
           dinero para festejárselos. Entonces, platicando con mis compañeros que estaban en el plantón del Zócalo,
           me dijeron que sí le iban a cantar sus mañanitas (…) y algo que empezó pequeño, terminó siendo muy
           grande…”
               Ya fuera con una aportación monetaria, en especie, o con trabajo solidario, jubilados y miembros
           activos en resistencia cooperaron para que se llevaran a cabo los XV años de Yesenia y la magnitud que
           el festejo iba tomando, requirió de la coordinación del Prosecretario de Cultura y Recreación de aquel
           momento, el compañero Toño Rodríguez.

               Señala Yesi que el objetivo era: “…hacerle entender al gobierno que a pesar de lo que nos habían
           hecho, no se iba a quitar la ilusión y la alegría de una niña de quince años”. Es decir que, por nuestros
           hijos, por nuestras familias, seguiríamos resistiendo y peleando hasta el final; y que para enfrentarnos a él
           contábamos con nuestra unidad y nuestra organización, ambas sostenidas en la consciencia de clase, la
           ayuda y la solidaridad. En ese sentido, “se logró la meta: llegaron los medios de comunicación a preguntar
           por qué se estaban celebrando los quince años”, y de ahí que, como concluye Yesi, aquel 1 de abril “fuera
           una fecha especial, donde muchos dijeron que habían pasado unos quince años como nunca en su vida”.

               Hoy Yesenia, la quinceañera festejada en el plantón del SME del 2011 en la Plaza de la Constitución,
           para beneplácito y orgullo de su madre, sus familiares, amigos, y madrinas y padrinos de aquella fiesta,
           está cursando el último semestre de su carrera.

               Por último, en otro orden de ideas y como otra de esas expresiones que uno piensa sólo pudieron
           suceder  en  nuestro  movimiento  de  resistencia,  aquella  noche  (no  recuerdo  la  fecha  pero  sí  que  era
           domingo) salí de  la estación del  metro para asistir a  la guardia  y el  zócalo estaba rodeado de vallas
           metálicas, de esas tubulares con las que cotidianamente se impide el paso a la puerta principal de Palacio
           Nacional. La gente caminaba alrededor de ellas. Sobre la plancha todavía estaban nuestras carpas, aunque
           el plantón parecía deshabitado. Algo salía de la cotidianeidad. Con un poco de temor le hablé al Harry
           para que me dijera qué sabía al respecto.

               -No hay tos -me dijo-, busca un ingreso. Debe haber una puerta por ahí. Diles que vas al plantón. Te
           van a dejar pasar.
               La puerta, custodiada por dos federales, estaba por la calle de Madero. Había gente amontonada.
           Cuando llegué, alguien preguntaba por qué no se podía pasar. No obtuvo respuesta.

               -Vengo al plantón -le dije a uno de los policías.

               -Su credencial -respondió. El Harry ya me había dicho que me la iban a pedir, pero no la había sacado.
           La busqué y se la mostré. -Pase.

               Caminé hasta el otro extremo de la plaza. El plantón estaba casi vacío. La carpa de mi departamento
           se hallaba frente al Sagrario de Catedral. Afuera estaba Alfredo; adentro nadie. Al rato llegaron dos o tres
           compañeros más. Conjeturamos que habían restringido el paso a los peatones por el penúltimo informe
           de gobierno. Entre otras cosas nos preguntamos qué iba a informar Calderón, porque seguro los 40 mil
           muertos que se contaban hasta ese momento producto de la guerra de su gobierno contra la delincuencia
           no merecerían mención alguna. Si la memoria no me falla, aquella noche no jugamos dominó.
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