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Slobodan “Boban” Jankovic, en plena acción
Con el impacto del golpe se había fracturado la tercera vértebra cervical. Eso se sabría
después. Slobodan Jankovic fue rápidamente trasladado al Hospital General de Atenas, donde
se confirmó la lesión en la médula espinal que lo dejó paralítico para el resto de su vida, esa
que había comenzado en Lucani, Serbia, un 15 de diciembre de 1963, día de su nacimiento, y
que desde muy chico lo vio con una pelota de básquet.
El Panionios se había vuelto uno de los equipos más temidos de Europa y el serbio era su gran
estrella. Llegó entonces aquel día trágico en que todo terminó, a sus 30 años. Los últimos
instantes de la semifinal, el enojo, el golpe, la imagen de Jankovic inerte en el suelo con
síntomas que aún impresionan.
La cantidad de cirugías a las que se sometió no dieron resultado. Ya nunca más podría hacer
aquello que lo apasionaba, que era jugar básquetbol. Su mujer lo abandonó, su estabilidad
económica se volvió inconsistente y la vida empezaba a perder sentido. Sólo una persona le
daba fuerzas y era Vladimir, su hijo. "Es el único motivo por el que merece la pena luchar",
decía.
Se formó como técnico y tomó las riendas del Olympiada Petropouli de Atenas, donde residía.
Aquello volvió a despertar en el Guerrero la chispa de la adrenalina. Formó un equipo que
competía en silla de ruedas y entendió que podía seguir ligado al básquet, primero, y que podía
ser valioso, después.