Page 126 - Secundaria - Comprometid@s con la Historia de México - 3er Grado
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                al mando de las tropas a un militar muy capaz y con liderazgo, Antonio López de Santa Anna (1795-1876). Santa Anna, en Tampico y con 400 soldados se enfrentó a Barradas quien se defendió con 600 hombres. Santa Anna comprendió que debía esperar refuerzos y aceptó una tregua propuesta por Barradas. Éste no sospecha- ba que las fuerzas mexicanas contarían con “aliados naturales”: las tropas españolas quedaron seriamente mermadas a causa de enfermedades tropicales que pro- vocaron altas fiebres y muerte a unos 800 soldados de los 3 000 que habían llegado a México. En tanto, Santa Anna recibió los refuerzos esperados y envió al general Manuel Mier y Terán (1789-1832) a cortar las comunica- ciones de los sitios ocupados por las fuerzas españolas. El 10 de septiembre en el Fortín de la Barra (hoy ciudad Madero, Tamaulipas) se llevó a cabo una importante batalla que, aunque no la perdió Barradas, le hizo per- catarse de que no podía ganarla (por el estado desigual de fuerzas) y se rindió. La derrota de la expedición de conquista fue celebrada en México con gran júbilo.
Ahora bien, no sólo a España, sino también a otros países les costaba reconocer la soberanía mexicana. De ahí que el primer problema diplomático que enfrentó México fue lograr que otros países reconocieran que se gobernaba a sí mismo, que ningún otro Estado podía in- tervenir en los asuntos nacionales, que poseía fronteras propias inviolables, que tenía libertad para comerciar con los países que deseara y para admitir en su territorio la entrada de inversionistas y capitales extranjeros.
Inglaterra lo reconoció en 1821 y Estados Unidos en 1825. Tal reconocimiento no fue gratuito, sino debido a los intereses particulares de dichas potencias. Estados Unidos lo hizo urgido por ratificar los convenios por los cuales se había quedado con Florida; en 1822 ya existía embajador mexicano en Washington, José Manuel Zo- zaya, pero sólo hasta 1825 Estados Unidos envió a Joel R. Poinsett como embajador. Entre 1821 y 1824, Inglate- rra había invertido cuantiosamente en préstamos mone- tarios a México, de modo que le convenía reconocer la independencia mexicana a fin de recuperar lo invertido y seguir haciendo nuevas inversiones. Francia lo recono- ció hasta 1830, pues en 1823 todavía estaba de acuer- do con que el monarca español siguiera gobernando a México. Los reconocimientos internacionales eran muy importantes para el recién nacido país debido, principal- mente, a que sin éstos era todavía presa fácil de España que lo seguía considerando colonia. El argumento legal que daba España para no dar el reconocimiento era que Juan O’Donojú, quien como recordarás había firmado los Tratados de Córdoba, carecía del poder para otorgar la autonomía a la Nueva España. El gobierno necesita- ba también de reconocimientos internos pues le daban cierta fuerza necesaria para evitar que la nueva nación se desintegrara. Varias provincias, antes de convertirse formalmente en estados por la Constitución de 1824, se habían negado a obedecer al poder ejecutivo central.
Situación diplomática diferente fue la relativa a los actuales países de Centroamérica. Sucedió que la Ca-
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pitanía General de Guatemala (Guatemala, Honduras y Nicaragua, y Chiapas) habiéndose independizado de España en 1821, se unió el 5 de enero de 1822 al recién formado imperio de Iturbide con el propósito de contra- rrestar la expansión estadounidense. Sin embargo, de- rrocado el imperio de Iturbide, Guatemala se separó de México y formó la República de las Provincias Unidas del Centro de América.
A Vicente Guerrero le costó cara la guerra contra Barradas, por dos razones: los pocos recursos de que disponía el gobierno mexicano debió gastarlos en dicha guerra, y para organizarla se vio obligado a pedir al Con- greso facultades extraordinarias, que dieron pie para acu- sarlo de intentar convertirse en dictador. El vicepresiden- te mismo, Anastasio Bustamante (1770-1853), logró que el Congreso dictaminara que Guerrero estaba incapaci- tado para gobernar y le tendió una trampa el 15 de enero de 1831: fue invitado a comer (por un marino italiano al que pagaron 50 mil pesos) a bordo del bergantín El Co- lombo, anclado en Acapulco. Guerrero fue aprehendido y finalmente fusilado el 14 de febrero de 1831.
Muerto Guerrero, México tuvo un gobierno inte- rino, es decir, provisional, designado por el Congreso, el cual se decidió por un triunvirato integrado por Lu- cas Alamán (1792-1853), Luis Quintanar (1772-1837) y Pedro Vélez (1787-1848). Dicho triunvirato ocupó la presidencia sólo durante el mes de diciembre de 1829. En realidad este triunvirato únicamente preparó el ca- mino para que Anastasio Bustamante fuera el siguiente mandatario. Y así sucedió. A pesar de que éste llevó a cabo importantes acciones que produjeron mejoras eco- nómicas, su administración solamente abarcó dos de los cuatro años que le correspondían. Al igual que muchos de los gobernantes que asumen el poder tras una crisis grave, Bustamante tuvo que gobernar con mano dura, lo cual le atrajo la inconformidad popular y provocó un le- vantamiento en su contra, encabezado por Antonio Ló- pez de Santa Anna. Éste, con fuerte apoyo del ejército, logró derrocar a Bustamante.
Destituido Bustamante, vendrían los interinatos de Melchor Múzquiz (del 14 de agosto al 26 de diciembre de 1832) y Manuel Gómez Pedraza (del 27 de diciembre de 1832 al 1 de abril de 1833). Luego se efectuarían elec- ciones en las que resultaría ganador Santa Anna. Como parte de una estrategia política para no tomar postura definitiva en favor de los liberales ni de los conservado- res, Santa Anna se dedicó a atender asuntos personales y dejó todo en manos de su vicepresidente, Valentín Gómez Farías, quien entonces tuvo la libertad para pro- mulgar una serie de leyes liberales en 1833. Dichas leyes fueron consideradas radicales, pues afectaron algunas propiedades de la Iglesia y limitaron su influencia en la vida de los ciudadanos, principalmente en lo relativo a la educación. En junio de 1833 Santa Anna retomó la presidencia y la conservó hasta el 28 de enero de 1835.
Ante los reclamos de la Iglesia por las leyes de 1833 promulgadas por Gómez Farías, Santa Anna decidió abolirlas y tomar una postura conservadora y centra-

























































































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