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UNA CASUALIDAD INESPERADA



                  Lo recuerdo muy bien era un 14 de febrero, casi las 17h45 y fal-
               taba muy poco para culminar el turno. Las interconsultas del servicio
               no cesaban; sin embargo, siempre prioricé las de mayor emergencia y
               complejidad para atenderlas primero. En ese escenario, un joven paciente
               transferido  desde  un  hospital  público,  en  estado  crítico  y  con  posible
               diagnóstico desfavorable.
                  Observé en la nota de interconsulta lo siguiente: “Paciente de 17 años
               con antecedente de cuadro convulsivo de tiempo indeterminado, con pér-
               dida de conciencia; al examen físico paciente con deterioro neurológico,
               Glasgow 3T, midriasis bilateral arreactiva, no reflejos del tronco, al mo-
               mento con sedo-analgesia”. Como médico, ver midriasis, acompañada
               de ausencia de reflejos del tronco, indefectiblemente es un cuadro prio-
               ritario y de atención urgente, dada la alta posibilidad de muerte que el
               cuadro representa.
                  Al momento de valorarlo, se apoderó de mí una horrorosa sensación,
               indescriptible, acompañada de escalofrío. Es difícil graficar en estas lí-
               neas la imagen, más la mezcla de sentimientos del momento ante su pre-
               sencia, pues era el hijo de una compañera licenciada con quien compartía
               el turno ese mismo día, como tantas otras veces.
                  Recordé que, durante el transcurso del día, ella me comentó que tuvo
               una corazonada, una sensación extraña, que sentía opresión en el pecho,
               angustia, etc., motivos por los cuales le costaba concentrarse. Decidimos
               tomarnos un descanso y charlar un momento; y fue ahí cuando me en-
               señó, en su teléfono celular, una fotografía de un paseo familiar, en la
               que estaba junto a su esposo e hijos; una nena de tres años y un joven de
               veintiuno.

                  Nunca imaginé que el sexto sentido de madre, la intuición o ese lazo
               tan fuerte mamá – hijo sea verdadero. No lo podía creer; ¡Realmente
               existe!
                  Lo valoré, y revisé todos los estudios que traía consigo; su condición
               no era buena. Tuve la oportunidad de conversar con los paramédicos,
               quienes me informaron que el paciente se encontraba sin familiares y
               que no conocían lo sucedido, pero que, por versiones de los transeúntes
               del lugar, el joven presentó una crisis convulsiva mientras caminaba y
               llamaron al 911. Cuando llegaron a asistirlo, lo encontraron inconsciente,
               sin documentos ni teléfono celular, puesto que alguien le habría robado
               en ese estado.
                  También manifestaron que, durante el traslado a una casa de salud cer-
               cana al lugar del incidente, el paciente presentó un nuevocuadro de status

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