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¿Y SI YO FUERA LA PACIENTE?



                  La pregunta que siempre nos hacen los profesores en el primer se-
               mestre de medicina siempre es: “¿Por qué decidieron ser médicos?” Y
               para mí, la respuesta siempre fue la misma: “los pacientes y mi familia”.
               Gracias a la inspiración que ha guiado mi vida, elegí la noble profesión
               de ser médico.
                  A la edad de quince años asistí a una consulta dermatológica, a cargo
               de una tía mía quien ejerce dicha especialidad, la misma que en la gene-
               ralidad no es valorada como corresponde, ya que criterios como “Solo
               es la piel” o “Es un tema de apariencia”, se escuchan con frecuencia,
               cuando en realidad es de trascendental importancia. La verdad es que
               ese día cambió mi vida, gracias a una paciente de tercera edad, diagnos-
               ticada con carcinoma basocelular meses atrás, quien llegó a la consulta
               con su rostro lleno de escamas color marrón, sintiéndose inquieta, triste
               y avergonzada. Mi tía, además del diagnóstico, la alentaba a que no se
               rinda, puesto que estaba próxima a empezar el trayecto de la mejoría
               con el tratamiento que se le iba a administrar. Recuerdo claramente sus
               palabras hacia la señora: “Usted es una persona hermosa, son pequeñas
               manchas; ya verá que pronto se le van a ir, solo hay que cuidarse del sol
               y ser feliz”. Sin duda, cada una de ellas se convirtió en un bálsamo para
               aquellos oídos que las recibieron, transformadas inmediatamente en una
               enorme sonrisa de una faz iluminada y brillante. Ahí supe, de inmediato,
               lo que yo quería hacer el resto de mi vida.
                  La facultad me enseñó que a los pacientes hay que verlos desde lo hu-
               mano, con lo que sufren y sienten, y no como el ente que tendría una en-
               fermedad a tratar, y eso hace una enorme diferencia de visión y ejecución;
               claro, la única manera de evidenciarlo es cuando se atiende a alguien, no
               importa si es a familiar, amigo, conocido, referido o extraño. La huma-
               nidad, y lo que representa, está por encima de cualquier interpretación.
                  Vi a muchos pacientes durante toda mi formación, y por supuesto, en-
               frenté casos que jamás olvidaré porque me han llevado a ser quien soy en
               la actualidad. De hecho, con la historia que viene a continuación, quiero
               invitar a la reflexión al final de esta, puesto que me marcó por completo.
                  Actualmente, me encuentro cursando la rural, en un centro de salud
               con todas las implicaciones que vienen de la mano. Un día cualquiera
               llegó a consulta externa una mujer de setenta y cinco años, hipertensa, y
               la acompañaba su nieta; el motivo de su visita era para recibir la medica-
               ción que le correspondía en ese momento, de acuerdo con el calendario
               de entrega. Pregunté los datos necesarios para el trámite, pero dada su
               edad, decidí investigar más sobre su caso; por lo tanto, revisé sus signos
               vitales los cuales estaban dentro de parámetros aceptables; sin embar-

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