Page 72 - COLECCION HERNAN RIVERA MAS DOS CUENTOS
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distante, remoto.

                      Hasta las golondrinas llegaban agotadas.

                      Últimamente ya ni llegaban.


                      Sin  embargo,  para  el  tren  Longitudinal  Norte

               aquella  estación  era  trascendental:  ahí  estaba  el

               único           pozo           de        agua           de        aquella            zona


               resquebrajada  por  el  calor  de  siglos;  ahí  la

               locomotora se reabastecía para continuar su viaje

               por esos páramos penitenciales.

                      El  vendedor  de  pájaros  fue  el  único  pasajero


               que  ese  miércoles,  pasado  el  mediodía,  bajó  en

               Desolación.  Venía  enfermo  del  oído.  En  el  coche

               se vino sentado junto a una mujer que decía ser

               quiromántica,  mentalista  y  astróloga,  y  se  hacía


               llamar  «madame  Luvertina»;  y  por  la  noche  del

               segundo  día  de  viaje,  coqueteando  con  un

               acordeonista  sentado  enfrente,  un  tal  Lorenzo


               Anabalón,  la  madame  había  abierto  la  ventanilla

               para mostrarle la lluvia de meteoritos que caía en

               esos momentos.

                      «Esas  estrellas,  fíjese  usted,  don  Lorenzo,  son


               almas perdidas», le oyó decir a la vidente.

                      Él, medio dormido, trató también de mirar y no

               alcanzó a ver nada, pero la ráfaga de viento frío






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