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¿Qué herramientas te dio la escuela y cómo las usas en tu vida?
Pasó tanto tiempo desde mi egreso que cuesta identificar y discriminar
una episteme de una intuición. Creo que, a esta altura, todo lo que sé
gracias a la Tito está muy arraigado en mi identidad, y terminan apare-
ciendo como corazonadas, más que como un “conocimiento”. Es evi-
dente, de todos modos, que la escuela fue clave en el itinerario de mi
vida. De otra manera, no estaría donde estoy. Pero si debiera nombrar
algo, diría que allí aprendí a balbucear mis primeras oraciones en esta
gramática infinita que es el teatro.
¿Te gusta enseñar esa herramientas u otros conocimientos?
Me gusta, sí, aunque no lo hago en el sentido ortodoxo de la palabra. Mi
práctica poco tiene que ver con la docencia. Ciertamente, el montaje de
cada obra es una usina de conocimientos tanto para mis compañeros
como para mí, pero en estos casos esos conocimientos no tienen una trayectoria unidireccional, sino que
atacan y aparecen desde todos los flancos.
Cuéntanos un poco de tu proyecto actual en teatro.
Ahora mi gran apuesta es una compañía que fundamos en 2014, aunque su nuevo nombre, Compañía de
Espectáculos Concertados, lo acuñamos en 2016. Allí produjimos gran parte de mis obras, de las que la última
lleva el título de Céline no está solo, todavía en cartel.
Por fuera de la compañía tengo otros proyectos, como la performance Purgatorio y una nueva obra que pro-
bablemente se titule En defensa de causas perdidas, como el libro de Žižek.