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la corteza de los árboles y comían los líquenes que crecían en las rocas. Surgieron
                  la discordia y las riñas. Sólo era cuestión de tiempo el que los Ugha Mongulala
                  tuvieran que abandonar su lucha contra los Blancos Bárbaros. Como un jaguar que
                  hubiera sido atrapado, luchaban desesperadamente contra la inminente
                  destrucción.
                  Esta era la situación de mi pueblo cuando el consejo supremo concluyó la alianza
                  con los dirigentes alemanes. Éstos prometieron a los Ugha Mongulala las mismas
                  poderosas armas que las que utilizaban los Blancos Bárbaros. Serían enviados a
                  Akakor dos mil soldados para enseñarles el manejo del equipo. Éstos serían
                  asimismo responsables de la construcción de grandes fortificaciones y de ganar
                  nueva tierra cultivable. Pero la parte más importante del acuerdo se refería a la
                  guerra que había sido planeada para el año 12.425 (1944). Nuestros aliados tenían
                  previsto desembarcar en la costa brasileña y ocupar todas las ciudades más
                  importantes. Los guerreros de los Ugha Mongulala apoyarían la campaña
                  mediante rápidas incursiones sobre los poblados de los Blancos Barba
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                  ros situados en el interior del país. Tras la esperada victoria. Brasil seria dividido
                  en dos territorios: los soldados alemanes reclamarían las provincias de la costa;
                  los Ugha Mongulala serían satisfechos con la región sobre el Gran Río que les
                  había sido dada por los Dioses 12.000 años antes. Este fue el acuerdo entre el
                  consejo supremo de Akakor y los dirigentes de Alemania.
                  Los dirigentes alemanes eran sabios y sus pensamientos tenían raciocinio. Sus
                  palabras expresaban los sentimientos de sus corazones. Y entonces dijeron:
                  «Hemos de partir. Hemos de regresar allí donde nuestro pueblo está fabricando las
                  poderosas armas. Pero no os olvidaremos. Recordaremos vuestras palabras.
                  Pronto regresaremos. Volveremos para destruir a vuestros enemigos». Así
                  hablaron cuando partieron. Y luego se marcharon para reencontrarse con su
                  poderoso país*.
                  La alianza con Alemania devolvió su antigua confianza a los Ugha Mongulala. En
                  un momento de acuciante necesidad habían encontrado un nuevo aliado para
                  restablecer su imperio. Se armaron nuevamente de valor. Las penas de las mu-
                  jeres quedaron olvidadas. Desaparecería la época del hambre; brillaría de nuevo el
                  sol con todo su antiguo esplendor. Escriben los sacerdotes que Sinkaia convocó a
                  todo el pueblo a una gran fiesta en Akakor, y ordenó que fueran distribuidas las
                  últimas provisiones. Ordenó que los escribas leyeran en voz alta fragmentos de la
                  Crónica de Akakor, sobre el renaci-

                  * Debe darse por supuesto que el pueblo de Tatunca Nara nada sabía sobre Hitler y el Tercer Reich,
                  y que por tanto aceptó agradecido su avuda. (N. de! E.)
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                  Escritura simplificada de los Padres Antiguos tras la llegada de los soldados alemanes (ejemplo)
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