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experimentados soldados alemanes dispuestos a luchar con ellos. Sin embargo, el
consejo supremo había estado esperando la llegada de nuevas y más numerosas
fuerzas a la costa oriental de Brasil para atacar a los Blancos Bárbaros
simultáneamente en dos frentes. Tras la derrota de la Nación Aliada, Akakor tuvo
que abandonar este plan y Sinkaia ordenó que el ejército regresara a la capital.
Por aquel entonces, los 2.000 soldados alemanes comenzaron a integrarse en el
Pueblo Escogido. Era una labor difícil. Estos aliados no conocían ni el legado de
los Dioses, ni nuestro idioma, ni tampoco nuestra escritura. Para facilitar la unión,
los sacerdotes simplificaron los símbolos escritos de los Padres Antiguos.
Designaron un único signo para cada letra de la escritura de los soldados
alemanes. Utilizaron después estos signos, que eran comprendidos por las dos
naciones, para registrar los acontecimientos en la Crónica de Akakor. Los Ugha
Mongulala adoptaron las palabras de los soldados alemanes que describían los
objetos desconocidos hasta entonces por mi pueblo. Aprendieron asimismo
aquellas palabras que expresan una actividad, tales como correr, hacer o construir
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Muy pronto los soldados alemanes y los Ugha Mongulala se estaban comunicando
en un idioma compuesto de alemán y de quechua.
Con ello, los alemanes podían asistir a las escuelas de los sacerdotes y aprender
el legado de los Dioses. Como eran experimentados en la batalla, el consejo
supremo les confió importantes puestos en la administración. Dos de sus princi-
pales líderes asumieron los puestos de supremos señores de la guerra. Otros
cinco fueron nombrados miembros del consejo de ancianos. Cada uno de ellos
poseía un voto y podía participar en la toma de decisiones. Sólo los puestos de
príncipe y de Sumo Sacerdote quedaron reservados explícitamente a los Ugha
Mongulala.
Así fue cómo el sumo sacerdote habló a los aliados: «No os sintáis afligidos
porque ya nunca más vayáis a ver a vuestros hermanos. Los habéis perdido para
siempre. Durante toda la eternidad los Dioses os han separado de ellos. Mas no os
desaniméis; sed fuertes. Aquí estamos nosotros, vuestros nuevos hermanos.
Afrontemos juntos nuestro destino. Juntos serviremos a los Padres Antiguos». Y
los soldados alemanes comenzaron a trabajar. Para hacerse merecedores a los
ojos de los Dioses, tomaron sus herramientas e hicieron el mismo trabajo que el
Pueblo Escogido.
La presencia de los soldados alemanes cambió la vida de los Ugha Mongulala.
Con sus misteriosas herramientas construyeron resistentes casas de madera,
fabricaron sillas, mesas y camas, y mejoraron el arte de tejer de los godos.
Enseñaron a las mujeres cómo preparar nuevos vestidos que cubrían la totalidad
del cuerpo. Mostraron a los hombres cómo utilizar
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sus armas y cómo construir refugios subterráneos. Para poder disponer de suficientes
alimentos durante los momentos de necesidad, retiraron los matorrales de los valles y
plantaron maíz y patatas. Criaron grandes rebaños de borregos en las altas montañas.
De esta forma, el abastecimiento de carne y de lana quedó asegurado. Pero la mayor
innovación de los aliados consistió en la producción de un misterioso polvo producido
con arena verde y con piedra. Incluso una pequeña cantidad era suficiente para
destruir toda una casa. Los alemanes utilizaban esta pólvora negra, así es cómo ellos
la llamaban, para sus armas. Las invisibles flechas las hacían a partir del hierro
colado. Por intermedio de un cedazo lo vertían sobre una artesa llena de agua fría.
Con la inmersión se formaban una< balas redondas y eran éstas las invisibles flechas
de sus cañones.
Con el paso del tiempo, los soldados alemanes fueron integrándose poco a poco en la
comunidad de mi pueblo. Funda ron sus propias familias y, siguiendo el ejemplo de las