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territorio de la eternidad, en el territorio de la luz.
                  Durante el funeral del príncipe Sinkaia, signos ominosos aparecieron en el cielo.
                  Los guerreros de los Ugha Mongulala sufrieron fuertes derrotas. La Tribu Aliada de
                  los Comedores de Serpientes renunció a Akakor y se puso al lado de los Blancos
                  Bárbaros. La estación de las lluvias llegó con tal violencia que ni siquiera los más
                  ancianos habían conocido nada igual. La desesperación y el temor se extendieron
                  entre las Tribus Escogidas. Bajo estos signos, el consejo supremo se reunió para
                  elegir al nuevo príncipe y legítimo gobernador de los Ugha Mongulala. Siguiendo el
                  legado de los Dioses, fui citado ante la cámara del trono de las residencias
                  subterráneas y durante tres días y tres noches el consejo me interrogó sobre la
                  historia de las Tribus Escogidas. A continuación, el Sumo Sacerdote me escoltó a
                  las regiones secretas de Akakor inferior. Mi destino se hallaba ahora en las manos
                  de los Dioses.
                  Yo entré en el recinto religioso secreto al despuntar la mañana, poco después de
                  la salida del Sol. Envuelto en el traje dorado de Lhasa, descendí por una espaciosa
                  escalera. Me condujo al interior de una habitación, y ni aún ahora puedo decir si
                  ésta era grande o pequeña. El techo y las paredes eran de un color infinitamente
                  azulado. No tenían ni comienzo ni final. Sobre una losa de piedra labrada había
                  pan y una fuente de agua, los signos de la vida y de la muerte. Siguiendo las
                  instrucciones de los sacerdotes, me arrodillé, comí del pan y bebí del agua. Un
                  profundo silencio reinaba en la habitación.
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                  Repentinamente, una voz que parecía proceder de todas partes me ordenó que me
                  levantara y que entrara en la siguiente habitación, que se parecía al Gran Templo del
                  Sol. Sus paredes estaban recubiertas de muchos y muy diversos instrumentos
                  Brillaban y resplandecían en todos los colores. Tres grandes losas hundidas en el
                  suelo fosforecían como el hierro. Con templé maravillado los extraños instrumentos
                  durante algún tiempo. Luego escuché una vez más la misteriosa voz. Me llevó a una
                  tercera habitación, aún más profunda e interior. Tan deslumbrados estaban mis ojos
                  por la brillante luz que tardé bastante tiempo en reconocer algo que ya nunca olvidaré.
                  En el centro de la habitación cuyas paredes irradiaban la misteriosa luz se
                  encontraban cuatro bloques de piedra transparente. Cuando, lleno de temor, pude
                  acercarme, des cubrí en ellos a cuatro misteriosas criaturas: cuatro muertos vivientes,
                  cuatro humanos durmientes, tres hombres y una mujer. Yacían en un líquido que los
                  cubría hasta el pecho. Eran como los humanos en todos los aspectos, sólo que tenían
                  seis dedos en las manos y seis dedos en los pies.
                  No puedo recordar cuánto tiempo permanecí con los Dioses durmientes. Sólo sé que
                  la misma voz me ordenó que retornara a la primera habitación. Me dio consejos llenos
                  de sabiduría y me reveló el futuro de las Tribus Escogidas. Pero la voz me prohibió
                  que jamás hablase sobre ello. Tras mi regreso del recinto religioso secreto trece días
                  después, el Sumo Sacerdote me saludó como el nuevo legítimo gobernante de los
                  Ugha Mongulala. El pueblo estalló de júbilo: yo había pasado la prueba de los Dioses.
                  Sin embargo, la alegría de los Servidores Escogidos apenas me alcanzaba a mí.
                  Había quedado profundamente impresionado por las misteriosas criaturas. ¿Estaban
                  vivas o muertas? ¿Eran los Dioses? ¿Quién las había colocado allí? Ni siquiera el
                  Sumo Sacerdote conocía
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                  la respuesta. El recinto religioso secreto de Akakor interior contiene el conocimiento y
                  la sabiduría de los Padres Antiguos. A nosotros únicamente nos entregaron parte del
                  legado. Ellos se reservaron la verdad definitiva, el secreto real de sus vidas.
                  Así eran los Dioses. Poseían la razón, el conocimiento y la perspicacia. Cuando
                  miraban, todo lo veían: cada grano de polvo sobre la tierra y en el cielo, e incluso
                  las cosas ocultas más distantes. Conocían el futuro, y planeaban según sus
                  conocimientos. Mirando por delante de la noche y de la oscuridad, protegían el
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