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historia, le fueron entregados varios escritos de los Padres Antiguos. Si no lograba
                  convencer a los Blancos
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                  Bárbaros, tenía la obligación de devolver los documentos a Akakor.
                  Durante seis meses, nuestros exploradores esperaron en el lugar acordado para el
                  encuentro en la zona alta del Río Rojo. El sumo sacerdote blanco no regresó.
                  (Algún tiempo después me enteraría de que había muerto en un accidente de avia-
                  ción. De todos modos, había enviado los documentos a una lejana ciudad llamada
                  Roma. Esto es lo que, en cualquier caso, dijeron sus servidores.) Una vez que el
                  plazo acordado hubo expirado, convoqué al consejo supremo para discutir el
                  destino de mi pueblo. Los ancianos y los sacerdotes estaban contrariados y
                  exigían la guerra. Y una vez más, yo me negué. Rechacé su decisión gracias a mi
                  derecho a tres vetos como príncipe de los Ugha Mongulala. Lo que el sumo
                  sacerdote blanco no había conseguido, lo trataría de lograr yo mismo.
                  Esta es la despedida de Tatunca, el legítimo príncipe de las Tribus Escogidas. Él
                  era fuerte, él dejó su pueblo. Como la gran serpiente de agua, se acercó
                  silenciosamente al enemigo. Partió solo, protegido por las oraciones de los
                  sacerdotes en el Gran Templo del Sol: «¡Oh, Dioses! Defendedle contra sus
                  enemigos en este tiempo de oscuridad, en esta noche de sombras malignas. Ojalá
                  no desfallezca. Ojalá que venza el odio de los Blancos Bárbaros y supere su
                  falsedad y su astucia. Porque el Pueblo Escogido desea la paz». Y Tatunca partió
                  por el difícil camino. Acompañado por la mirada de los Dioses, descendió hasta las
                  cañadas, cruzó el veloz río y no tropezó. Alcanzó la otra orilla. Siguió adelante
                  hasta que llegó al lugar donde los Blancos Bárbaros han edificado sus casas
                  hechas de argamasa y de caliza.
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                  Tatunca Nara en el país de los Blancos Bárbaros
                  En el año 12.451 (1970) pasé ocho lunas en el territorio de nuestro peor enemigo.
                  Nunca lo olvidaré. Fue la experiencia más amarga de mi vida y me mostró claramente
                  cuan diferentes son los corazones de los dos pueblos. Para los Blancos Bárbaros
                  únicamente cuentan el poder y la violencia. Sus pensamientos son tan intrincados
                  como los matorrales de las Grandes Ciénagas, en las que nada verde y fértil puede
                  crecer. Pero los Ugha Mongulala viven de acuerdo con el legado de los Dioses. Y
                  éstos asignaron a cada tribu y a cada pueblo un lugar adecuado y una tierra suficiente
                  para su supervivencia. Trajeron la luz a la humanidad para su iluminación y para
                  extender su sabiduría y su conocimiento.
                  La comprensión de la inflexibilidad de los Blancos Bárbaros fue lo más difícil de
                  soportar, dado que mis primeros contactos parecían haber tenido éxito. Los oficiales
                  que yo había rescatado intercedieron por mi y fui presentado a un alto funciona río
                  brasileño. Le hablé sobre la miseria de mi pueblo y le pedí ayuda. El dirigente blanco
                  me escuchó lleno de sorpresa y prometió transmitir mi informe. Mientras tanto, me
                  envió a Manaus, donde habría de esperar la decisión del consejo supremo del Brasil.
                  Durante tres meses viví en un campamento de soldados de los Blancos Bárbaros.
                  Eran hombres bien entrenados que conocían la vida en los ríos y en la inmensidad de
                  las lianas. Salían regularmente de campaña hasta los más alejados territorios del
                  imperio. Por ellos supe y para mi desgracia que los Blancos Bárbaros estaban
                  peleando en prácticamente todas
                  las fronteras. En el Mato Grosso lucharon contra la Tribu de los Caminantes. En
                  las regiones del nacimiento del Gran Río estaban incendiando los asentamientos
                  de la Tribu de los Espíritus Malignos. En el país de los Akahim atacaron a las tribus
                  salvajes y las empujaron hacia el interior de las montañas.
                  No había olvidado aún las terribles descripciones de los soldados blancos cuando
                  fui llamado a la capital del Brasil. Aquí volví a exponer de nuevo la desesperación y
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