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emprendieron miembros de la universidad de Lima. Acompañados por expertos espeleólogos,
                  los científicos penetraron desde Cuzco en los túneles trapezoidales. Tomaron medidas de la
                  abertura subterránea y avanzaron en dirección a la costa. Repentinamente, las comunicaciones
                  con el punto de entrada se interrumpieron. Después de doce días, y casi extenuado, un único
                  miembro de la expedición regresó a la superficie. Pero sus historias sobre un confuso laberinto
                  subterráneo eran tan increíbles que los colegas del desafortunado explorador creyeron que se
                  había vuelto loco. Para impedir nuevas pérdidas de vidas, la policía prohibió
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                  la entrada a los misteriosos pasadizos y dinamitó el punto de entrada.
                  El gran terremoto de Lima de 1972 llevó una vez más las estructuras subterráneas peruanas a
                  los titulares de los periódicos. Durante su trabajo de salvamento, los técnicos descubrieron
                  largos pasadizos que nadie hubiera sospechado se encontrasen allí. La exploración sistemática
                  de los cimientos de Lima llevó al asombroso descubrimiento de que extensas partes de la
                  ciudad estaban cruzadas por túneles, conduciendo todos ellos a las montañas. Pero no
                  pudieron determinarse los puntos de terminación, ya que con el tiempo se habían hundido.
                  ¿Quién construyó estos pasadizos? ¿Cuándo? ¿A dónde conducen? Solamente dos de las
                  muchas teorías existentes nos ofrecen una explicación lógica. La primera alude a rutas de
                  huida construidas por los incas tras la llegada de los conquistadores españoles. La segunda se
                  basa en las leyendas incas, que adscriben los túneles a un pueblo antiguo. Montesinos, en sus
                  Memorias antiguas, historiales, políticas del Perú, escribe: «Cuzco y la ciudad en ruinas
                  Tiahuanaco están unidas por un gigantesco camino subterráneo. Los incas desconocen quién
                  lo construyó. Tampoco saben nada sobre los habitantes de Tiahuanaco. En su opinión, fue
                  construida por un pueblo muy antiguo que posteriormente se retiró hacia el interior de la jungla
                  amazónica».
                  La Gran Catástrofe Universal
                  Los mitos de las poblaciones aborígenes de América Latina
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                  forman un cuadro bastante coherente. En un pasado bastante lejano, la Tierra estaba
                  gobernada por una poderosa raza de dioses que sometió a las poblaciones nativas y construyó
                  gigantescas ciudades. Estos seres, obviamente construyeron asimismo ciudades subterráneas
                  y fortalezas ante la expectativa de una guerra que evidentemente creían era inevitable. El
                  posterior acaecimiento real de un acontecimiento terrible no sólo es confirmado por la tradición:
                  los geólogos y los arqueólogos dan por hecho que la primera Gran Catástrofe según la Crónica
                  de Akakor, la destrucción del mundo según el vocabulario de los mayas, el Diluvio según el
                  Antiguo Testamento, ocurrió realmente.
                  En la actualidad, los científicos interpretan como natural un acontecimiento que es un lugar
                  común en la historia de todos los pueblos. Podría haber sido provocado por una modificación
                  del eje de la Tierra debido al acercamiento de una estrella o al de un cometa, o a la caída de
                  una luna. Numerosos geólogos creen que hubo grandes cambios en la corteza de la Tierra y
                  posteriores olas enormes. Las leyendas y los mitos de los pueblos aborígenes atribuyen estos
                  hechos a los dioses. El Popol Vuh quiche-maya habla de una visita de los dioses para destruir
                  a la Humanidad malvada. El libro secreto indio Mahabharata describe una guerra entre los
                  dioses. El Edda germánico habla de una revuelta del averno: «El Sol se vuelve negro. Se de-
                  sata el trueno. La trompa de Yggdrasill comienza a temblar. El espíritu de los árboles gime. El
                  gigante se escapa. Todo se conmociona. En el averno, las ataduras de Surt, el amigo de
                  sangre, se rompen. El cielo revienta. El vientre de la Tierra se abre hacia el cielo y vomita
                  llamaradas de fuego y veneno. El dios se pone en camino para enfrentarse
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                  con el dragón. Se oculta el Sol. La Tierra se hunde en el agua. Las felices estrellas caen del
                  cielo».
                  La Crónica de Akakor complementa y completa la información mítica de otros pueblos. Nos
                  habla de dos razas divinas con diferentes propiedades físicas. El comienzo de la guerra se
                  sitúa en el año 13 (10.468 a. de C., según el calendario occidental). Platón, en su diálogo
                  llamado Critias, menciona el año 9500 a. de C. como aquel en el que la legendaria Atlántida fue
                  destruida. El historiador Hemus habla de una terrible catástrofe que ocurrió en el año 1 1.000 a.
                  de C. Posnansky sitúa la destrucción de Tiahuanaco hacia el año 12.000 a. de C. Un filósofo
                  griego, un historiador egipcio y un investigador alemán, todos ellos confirman algo que es
                  conocido desde hace mucho tiempo por las tradiciones orales y escritas de todos los pueblos.
                  ¿Comenzó el auge de la Humanidad con la llegada de astronautas extranjeros? ¿Se desarrolló
                  el hombre sobre la Tierra o procedía de planetas bastante alejados? Aquel que conceda una
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