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idéntica a Paititi. La ciudad en ruinas data de una época sobre la cual nada sabemos y es uno
de esos milagros arqueológicos que ha resistido todo intento de interpretación. Solamente ha
sido explicada y puesta en su perspectiva histórica por la Crónica de Akakor. Según la historia
escrita de los ugha mongulala, la «ciudad sagrada» fue una fundación de Lhasa, el Hijo Elegido
de los Dioses. Cuando con la llegada de los españoles el imperio inca se hundió, los ugha
mongulala abandonaron Machu Picchu y se retiraron hacia la jungla.
Los godos en América Latina
La historiografía tradicional se muestra prudentemente
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reservada sobre la prehistoria de los incas y de los mayas debido a la escasez de datos,
aunque el final de sus civilizaciones es ampliamente descrito por ¡os historiadores españoles.
Exactamente lo contrario ocurre con los ostrogodos, esa orgullosa raza de guerreros que
conquistaron Italia en un período de sesenta años y que posteriormente serían derrotados por
el general Narsés del Imperio Romano de Oriente en la batalla del Monte Vesuvio en el año
552 d. de C. Los últimos supervivientes del antiguamente poderoso pueblo desaparecieron sin
dejar rastro. Los lingüistas afirman haber descubierto a sus descendientes en el sur de Francia;
los etnólogos y los historiadores piensan que se hallan en el sur de España. Ninguna de estas
escuelas ha podido presentar pruebas definitivas.
Según la Crónica de Akakor, los supervivientes de los desafortunados godos se aliaron con los
audaces navegantes del Norte. Sus dos naciones partieron juntas para encontrar las Columnas
de Hércules, en donde se quejarían a los dioses. Durante treinta lunas cruzaron el océano
infinito hasta que llegaron a la desembocadura del Gran Río. Los lingüistas están de acuerdo
en al menos un punto. Las Columnas de Hércules, que ya son mencionadas en la mitología
griega, coinciden con el estrecho de Gibraltar, entre España y África del Norte. Aquí se hallaba
entonces el lugar en el que los godos buscaban a los dioses que les habían abandonado. Pero
sus esperanzas se vieron traicionadas: un fuerte viento empujó a las naves de sus aliados
hacia el mar abierto. Las embarcaciones de madera de cincuenta metros de largo de los
«audaces navegantes» debían estar bien construidas, ya que los vikingos fueron el primer
pueblo europeo en pisar la superficie de Groenlandia, y habrían efectivamente descubierto,
según nume-
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rosos especialistas, América del Norte. Sus incursiones en el Mediterráneo occidental han sido
confirmadas, de modo que el contacto con los godos no puede ser descartado.
En América del Sur, las huellas de los blancos pueblos nórdicos son bastante numerosas y
confusas. En primer lugar, las relaciones lingüísticas entre los idiomas americano y nórdico;
luego, la creencia en el origen divino; asimismo, las similares estructuras. Una evidencia
concreta de la presencia de pueblos nórdicos en la Amazonia nos la proporcionan las pinturas
rocosas de la famosa Pedra Pintada de la zona superior del Río Negro. Allí se encuentran
dibujos de carros y de naves vikingas. Esto es realmente sorpréndete, ya que ningún pueblo
americano conocía la rueda antes de la llegada de los españoles. Para el rey inca Atahualpa, el
allanamiento de una montaña era menos una cuestión de tecnología que un medio de
mantener ocupados a los trabajadores.
La prehistoria de las naciones de América Central es tan misteriosa y oscura como la de los
incas. Las pocas noticias escritas y los documentos que pudieron ser salvados de las llamas de
la Inquisición han resistido los intentos de desciframiento de hasta las más sofisticadas compu-
tadoras. La cronología maya es el calendario más matemáticamente exacto de toda la historia
mundial. Junto con las ruinas del templo de Chinchen Itza, constituye el último residuo de una
civilización que fue al menos igual (si no superior) a la de las culturas europeas
contemporáneas.
El mayor misterio del país de los mayas lo constituyen las ciudades inacabadas de la jungla
guatemalteca. Sabemos que fueron construidas entre los años 300 y 900 d. de C., pero no
tenemos ni la más mínima idea de quién las mandó construir. El investigador maya Rafael
Girard sos-
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pecha que una de las razones para la repentina interrupción de las construcciones podría
encontrarse en una gran hambre que movió al pueblo a trasladarse a la zona meridional de
México. La Crónica de Akakor menciona las ciudades inacabadas en relación con los godos.
Para impedir una invasión de «los pueblos del Norte adornados con plumas», el consejo
supremo ordenó la construcción de grandes ciudades en los estrechos, pero que nunca serían
completadas. Después de alguna catástrofe, las fuerzas que habían sido enviadas huyeron