Page 48 - Contemplando
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En 1635, en la sección llamada “Puebla de los Pardos”, Juana Pereira, una
          pobre mestiza, se había levantado al amanecer para, como todos los días, bus-
          car la leña que necesita. Era el 2 de agosto y la luz del alba que ilumina el sen-
          dero entre los árboles le permite a la india descubrir una pequeña imagen de
          la Virgen, sencillamente tallada en una piedra oscura, visiblemente colocada
          sobre una gran roca en la vereda del camino.
            Juana llevó la imagen a su casa. Al otro día volvió al bosque en busca de
          leña y la imagen de la Santísima Virgen estaba en el mismo sitio en que la
          había hallado el día anterior, ella la tomó y la llevó nuevamente a su casa. Al
          siguiente día se repitió el suceso y asustada fue a la parroquia a contarle al sa-
          cerdote. La imagen fue llevada a la iglesia, pero de allí también desapareció,
          regresando al mismo lugar. Después de esto, todos comprendieron que la Vir-
          gen quería permanecer allí y que deseaba que se construyera en aquel sitio
          una iglesia.
            La imagen, tallada en piedra del lugar, es muy pequeña, pues mide apro-
          ximadamente sólo tres pulgadas de longitud. Nuestra Señora de los Ángeles
          lleva cargado a Jesús en el brazo izquierdo, en el que graciosamente recoge
          los pliegues del manto que la cubre desde la cabeza. Su rostro es redondeado
          y dulce, sus ojos son rasgados, como achinados, y su boca es delicada. Su
          color es plomizo con algunos destellos dorados como diminutas estrellas re-
          partidas por toda la escultura.
            La Virgen se presenta actualmente a la veneración de sus fieles en un her-
          moso ostensorio de nobles metales y piedras preciosas, en forma de resplan-
          dor que la rodea totalmente, aumentando visualmente su tamaño. De la base
          de esta “custodia” brota una flor de lis rematada por el ángel que sostiene la
          imagen de piedra. De esta sólo se ven los rostros de María y el Niño Jesús,
          pues un manto precioso la protege a la vez que la embellece.
            La “Negrita”, como la llama el cariño de los costarricenses, fue coronada
          solemnemente el 25 de abril de 1926. Nueve años más tarde, su Santidad Pío
          XI elevó el Santuario de la Reina de los Ángeles a la dignidad de Basílica
          menor.













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