Page 201 - Confesiones de un ganster economico
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Acepto un soborno
E n esa época de mi vida llegué a comprender que realmente estábamos entrando en
una nueva era de la economía mundial. La escalada de acontecimientos iniciada
con los ministerios de Robert McNamara —el hombre cuyo ejemplo había sido una de
mis inspiraciones— en la secretaría de Defensa y en la presidencia del Banco Mundial,
excedía mis temores más pesimistas. El planteamiento económico keynesiano de
McNamara y su doctrina del liderazgo agresivo prevalecían en todas partes. El
concepto del gangsterismo económico se generalizaba para incluir a ejecutivos de
todos los niveles en gran número de actividades distintas. Aun admitiendo que no los
seleccionaba ni reclutaba la NSA, para el caso sus funciones eran de lo más similar.
Ahora la única diferencia consistía en que los gángsteres económicos de las
corporaciones no se implicaban necesariamente en la utilización de fondos prestados por
la banca internacional. Aunque la vieja especialidad, la mía, seguía prosperando, las
nuevas derivaciones revestían algunos aspectos todavía más siniestros. Durante la
década de 1980 surgieron de las filas del mando intermedio muchos hombres y
mujeres jóvenes convencidos de que todos los medios justificaban el fin: mejorar la
cuenta de resultados. El imperio global no era más que otro camino hacia la
maximización del beneficio.
Estas nuevas tendencias se veían tipificadas en el sector de la energía que a mí me
ocupaba. El estatuto de los servicios públicos (Public Utility Regulatory Policy Act,
PURPA) fue votado por el Congreso en 1978 y después de una serie de avatares
jurídicos quedó elevado definitivamente a la categoría de ley en 1982. En principio se
planteaba como un medio para incentivar a las pequeñas compañías independientes,
como la mía, a que desarrollasen combustibles alternativos y otras propuestas
innovadoras para la producción de electricidad. Según la ley, las grandes compañías
del sector debían comprar bajo tarifas justas y razonables la energía generada por las
pequeñas. Esta política fue consecuencia de uno de los deseos de Cárter, empeñado en
reducir la dependencia esta-
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