Page 240 - Confesiones de un ganster economico
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                        países. Estados Unidos desempeñó el papel protagonista pero no ha sidc el único
                        actor.
                           Durante estos tres decenios, miles de hombres y mujeres han participado en la
                        tarea de llevar a Ecuador hasta la endeble posición en que se halla a comienzos del
                        milenio. Algunos de ellos, como yo, sabían lo que estaban haciendo. Pero la gran
                        mayoría se limitó a aplicar lo que se les había enseñado durante sus estudios de
                        administración de empresas, ingeniería o derecho, o se limitaron a emular el ejemplo
                        de los jefes que, como yo, ejemplificaban el funcionamiento del sistema mediante su
                        propia avidez y aplicaban el sistema de premios y castigos dirigido a perpetuar dicho
                        sistema. Estos participantes se veían a sí mismos llenos de buenas intenciones, como
                        poco, y los más optimistas consideraban que estaban ayudando a un país empobrecido.
                           Inconscientes y engañados, o autoengañados en muchos casos, sí, pero no
                        juramentados en ninguna conspiración clandestina. Esos actores eran producto de un
                        sistema que lleva adelante la forma de imperialismo más sutil y más efectiva que el
                        mundo haya visto nunca. Nadie tuvo que salir a buscar hombres y mujeres que se
                        dejasen seducir por sobornos o por amenazas: estaban ya reclutados por las
                        compañías, los bancos y las agencias de la administración. Los sobornos consistían en
                        salarios, incentivos, planes de pensiones y pólizas de seguros. Las amenazas se
                        basaban en la sanción social, la presión de los rivales y el tema tácito de la futura
                        educación de los hijos.
                           El éxito del sistema había sido espectacular. A la entrada del nuevo milenio,
                        Ecuador era una nación totalmente entrampada. Lo teníamos agarrado como el
                        padrino de la Mafia tiene agarrado a un seguidor después de ayudarle a pagar la boda
                        de su hija y la puesta en marcha de su pequeño negocio. Como buenos mañosos,
                        habíamos procedido cautelosamente. Podíamos permitirnos el lujo de ser pacientes
                        sabiendo que debajo de la selva amazónica ecuatoriana yacía un mar de petróleo. Cada
                        cosa a su debido tiempo.
                           Ese tiempo llegó a comienzos del 2003, mientras yo enfilaba en mi Subaru
                        Outback el serpenteante camino desde Quito hasta Shell, en medio de la selva.
                        Chávez, restablecido en Venezuela, había desafiado a George W. Bush y había salido
                        vencedor. Saddam plantaba cara y se disponía a ser invadido. Las reservas de petróleo
                        alcanzaban el nivel más bajo de los últimos tres decenios, casi, y no parecía que fuese
                        posible pedir más a nuestros principales proveedores. Peligraban, por tanto, las cuentas
                        de pérdidas y ganancias de la corporatocracia. Necesitábamos un as en la manga.
                        Había llegado el momento de reclamar nuestra libra de carne ecuatoriana.
                          Mientras dejaba atrás el descomunal embalse sobre el río Pastaza, iba



























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