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lo que genera migración interprovincial y, en consecuencia, mayor expo-
sición de ellos y sus familiares.
El primer paciente confirmado fue un señor de aproximadamente
treinta y siete años de edad con todos los síntomas. Posterior a la aten-
ción, el médico que lo atendió cumplió con el protocolo de bioseguridad
máxima, al desechar las prendas de protección, desinfección, ducha y
cambio de ropa. El miedo rondaba en los pasillos y como humana reac-
ción, el resto de colegas marcaron distancia con él y quienes trabajamos
en el mismo departamento, pese a todas las medidas tomadas. Es feo
comentarlo, no es mi afán para desprestigiar a nadie, pero es una de las
consecuencias, no médicas, que esta pandemia ha presentado: el rechazo
a cualquiera que esté contagiado o sea sospechoso de serlo, porque el
miedo es fuerte.
Los casos aumentaron en el devenir, y el ambiente laboral se con-
virtió en zona de guerra. Lo conflictos entre los que estábamos en el área
específica, dedicada y exclusiva para tratamiento Covid-19, con los per-
tenecientes a otras dependencias aumentaron de nivel, y eso que ellos no
tenían acceso, bajo ninguna posibilidad, a donde nosotros estábamos. Sin
embargo, exigieron que quienes atendíamos triaje lo hiciéramos afuera
del edificio sin pensar en nuestra seguridad, salud e integridad. No lo
permitimos, fuimos fuertes, y en lugar de pelear elegimos seguir traba-
jando en pos de conseguir el mejor ambiente organizacional para todos.
Era lógico que sientan temor y que no quieran estar expuestos, pero la
profesión está primero que cualquier otro asunto.
Para el caso de las visitas domiciliarias, se notificaba a los usuarios la
fecha y la hora en la que sucedería, utilizando recursos propios, corriendo
el riesgo de contagio, con la mejor voluntad y ánimo posibles. Es que,
tras el virus, muchos otros problemas han quedado en evidencia, y con
ellos también había que lidiar, igual que todos los habitantes del planeta.
Dentro del escenario, el caso que más impactó en una de las visitas, va
en relación a la fobia que hijos les han tomado a sus padres, por el hecho
de ser adultos mayores o ser parte del grupo de pacientes vulnerables, lo
que los convertía en candidatos más susceptibles a contagiarse. Esto me
molestó mucho y me llevó a reflexionar sobre lo siguiente: Si los hijos no
demuestran empatía con sus padres, ¿qué se puede esperar de otras per-
sonas? La crisis social tras bastidores, es muy complicada y con muchas
aristas.
Y en casa también hubo contagio dado que mis padres mantenían con-
tacto con otras personas, mi hermano entró al internado y yo cumpliendo
con las labores descritas. Por supuesto no supimos quién fue el primer
portador dentro del núcleo familiar, pero fue mi madre la primera en pre-
sentar síntomas y la seguimos mi padre y yo, mientras que tanto mi es-
posa como mi hermano nunca desarrollaron síntomas. Ante lo sucedido,
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