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rios no considerados inicialmente; incremento en las defunciones, nueva
sintomatología; se inscribía en la historia el primer caso de contagio por
coronavirus en la región; encabezando la lista, países con índices pobla-
cionales altos, su preliminar localización remota de infectados disminuía
kilómetros de viaje y nos ponía en alerta, aún incrédulos, hacía crecer
la expectativa en la población y nos dejaba pendientes de los noticieros
estelares. Se hablaba de contagios importados que a finales de febrero
incluyeron a nuestro querido Ecuador; días después toda América del
Sur reportaba sus primeros casos y la declaraban irrumpida del nuevo
SARS-CoV-2.
Para la fecha ya se conocían nuevos datos de la pandemia y aunque
en teoría existió tiempo suficiente de elaborar protocolos, mejorar sis-
temas; se recalca a diario que no estábamos preparados para enfrentar los
impactos, medidas, normas implementadas y así lograr que el nivel de
contagios en la actualidad fuese menor. Transcurría la primera quincena
de marzo y a través de decreto presidencial se notificaba a la ciudadanía
la implementación de un estado de excepción a nivel nacional, que mo-
dificaba nuestras prácticas diarias y nos forzaba a implementar técnicas
de teletrabajo, teleducación, reducción de jornada laboral; todo acom-
pañado de suspensión en actividades aeroportuarias, cierre de fronteras,
restricción de eventos masivos, medidas de distanciamiento social, toque
de queda, normas higiénico – sanitarias, colaboración de entidades de
control para los respectivos operativos a nivel nacional y muchas más.
Pasamos de unos escasos pacientes infectados a contagio comunitario,
los usuarios con resultado positivo se contaban por miles, el sistema de
salud pública incrementaba la realización de pruebas rápidas, las compli-
caciones con desenlaces fatales eran evidentes; la Perla del Pacífico era
el epicentro de la pandemia a nivel nacional y las experiencias laborales
o familiares cada vez nos hacían más cercanos a la nueva realidad y des-
cribían situaciones agobiantes y de impotencia.
Cabe reconocer que, como personal de primera línea en continuo
aprendizaje ante una nueva patología y en constante exposición hay his-
torias que marcarán nuestro desarrollo profesional, personal y familiar,
a través de vivencias propias que transferiremos a futuras generaciones,
pero a su vez; es loable reconocer la actitud altruista de profesionales
que en cumplimiento de sus funciones y realizando con pasión activi-
dades para las que un día nos formamos, fuimos sorprendidos por ésta
pandemia siendo meritorio hacer pública la historia de un colega que
actualmente lucha por su recuperación total.
Bajo los pasillos de una institución pública, transcurría entre exte-
nuantes jornadas, los días de nuestro apreciado profesional. La pandemia
se había instalado en nuestro territorio y aunábamos fortalezas, conoci-
mientos y métodos innovadores para conseguir que la población se con-
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