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DEL MIEDO A LA ALEGRÍA


                                        Por: Md. Carlos Alexander Borja Delgado

                  Finales de marzo: Han sido varios turnos con el piso vacío luego de
               declararse la emergencia hospitalaria, nos han pedido que no se suspenda
               la atención en consulta externa, pero que se eviten aglomeraciones; mi
               servicio se organizó para ir lo menos posible al hospital así que nos man-
               tenemos cumpliendo turnos, dispuestos a solventar emergencias de ser
               necesario.
                  Hoy es un día libre en casa donde he procurado mantener calma, cum-
               pliendo la rutina diaria, para no asustar más a mi mamá; suena mi telé-
               fono con una videollamada, algo que será común para todos dentro de
               los próximos meses; es mi jefe quien con su jovial forma de ser empieza
               a sortear cinco papeles desde la oficina, saca dos de estos mientras nos
               explica que quien salga sorteado será reasignado para cumplir con activi-
               dades de contingencia dentro de los próximos días.

                  Desde  que  el  hospital  entró  oficialmente  en  estado  de  emergencia
               como ya lo estaban otros en la ciudad y el país, fui consciente que se-
               ríamos los residentes asistenciales los primeros en la nómina de contin-
               gencia; aún así esperaba tener un par de semanas más evitando entrar
               en el grupo de médicos en primera línea, pero no, fui el afortunado para
               permanecer en el servicio por las próximas semanas.

                  Mi nombre, junto al de un compañero de mayor experiencia, aparece
               en un trocito de papel doblado mientras el jefe transmite lo poco que
               sabe sobre lo dispuesto por dirección médica. Nos da la orden de esperar
               una llamada de ellos junto a unas palabras de ánimo antes de terminar el
               contacto. Mi mente grita de miedo, pero mantengo la calma y no digo
               nada en casa, aun no es tiempo; además tampoco hay mucho que sepa
               para decir.
                  Primera semana de abril: pasaron dos días y mi teléfono se volvió un
               objeto despreciable, aunque por igual necesario. No puedo apartarme de
               él pese a querer destruirlo junto a toda posibilidad para localizarme, pero
               pronto llego a olvidarlo y me acostumbro a otras distracciones, hasta que
               vuelve a sonar.
                  “Aló, buenos días”
                  “Carlos, amigo, ¿has sabido algo del hospital?”
                  “¿Qué tal ´bro`?, sabes que no, ni una llamada, mensaje o correo,
               reviso a diario varias veces todo y nada.”
                  “Diablos, a mi me llamaron hoy, creí que a ti también. Desde mañana
               empiezo con turnos en UCI. Bueno bro, pronto te llamarán, nos vemos”.

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