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UNA INUSUAL BIENVENIDA


                                            Por: Md. Santiago Andrés Pérez Plaza

                  La medicina rural puede considerarse un año monótono en muchas
               de las ocasiones, con las situaciones y anécdotas de siempre; pero, con
               una pandemia de por medio, llegó a tener un sabor especial, con historias
               que pueden ser distintas a las cotidianas. Es el inicio de una carrera en el
               campo de la salud, el bautizo para el largo camino que nos espera como
               profesionales.
                  La llegada del COVID-19 cambió radicalmente la vida de cada una de
               las personas en este mundo y en Ecuador no fue la excepción.

                  Mi labor en época de coronavirus inició con mucho temor desde el
               primer paciente, pese a no presentar sintomatología que sea sugestiva de
               esta nueva enfermedad, pero siempre con la duda, y el justificado desco-
               nocimiento sobre las medidas de protección, cuadro clínico, diagnóstico
               y tratamiento.
                  Con el paso de los días, fui aprendiendo teoría y práctica para en-
               frentar al Covid-19, lo cual fue de suma importancia para detectar opor-
               tunamente los casos, brindarles un tratamiento adecuado y finalmente,
               evitar los contagios.
                  Todos hemos tenido anécdotas que contar, pudiendo ser historias que
               nos dejan una lección importante. Esta promoción de profesionales puede
               decir que ha vivido uno de los años rurales más extraños y pesados de
               los últimos tiempos. Se decía que, en una rural no se hace más que tratar
               resfriados y diarreas durante un año entero. Fue una bienvenida especial
               hacia el mundo de la medicina para los nuevos profesionales que hemos
               llegado, con la finalidad de servir a la población que lo necesita.
                  Siempre he tenido lo que denominamos como una “mala espalda”,
               porque soy el típico personaje de las unidades de salud que llenan las
               salas de emergencia y la consulta externa, presentando los casos más
               complejos e impidiendo el descanso a quienes me acompañaban. Lle-
               garon al punto de querer evitar los turnos conmigo, pues sabían que no
               había un momento para sentarse a tomar un respiro. Conforme pasaron
               los días, tenía más y más pacientes con casos extraños, pero por lo menos
               y afortunadamente, el virus no llegaba a mi sector. Aún así, los toques
               de queda y la restricción vehicular ya regían. Supimos entonces, que las
               cosas iban a ser muy diferentes en el diario vivir.
                  En uno de esos días, en un turno que aparentemente era común y co-
               rriente, mientras ordenaba mis pertenencias del consultorio, a lo lejos se
               escuchó un grito muy fuerte, suplicando por ayuda. Inmediatamente corrí
               y vi a 2 personas cargando a un niño de aproximadamente 9 años, al cual

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