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SE OLVIDARON DE NOSOTROS…


                                            Por: Md. Andrés Patricio Paz Carrera

                  Comenzaré por contarles que cursé mi rural en una plaza del interior
               de la región, en el corazón de la Amazonía Ecuatoriana, a la que sólo
               había dos maneras de llegar: en avioneta, cuyo viaje dura cincuenta mi-
               nutos, los martes; y la otra por canoa, con trayecto de dos días. El horario
               de trabajo era de domingo a domingo, durante dieciocho días seguidos,
               para tener doce libres en los que regresaba al hogar, junto a la familia.
                  Era un día normal, el último en aquel lugar, cuando ya se escuchaban
               noticias sobre el nuevo virus; sin embargo, estando allá, lejos, el acceso
               a la información era limitado, sin saber a ciencia cierta lo que pasaba en
               las grandes urbes, y es allí donde nace esta historia.

                  Estaba con mi maleta lista, esperando que aparezca la avioneta que me
               llevaría a casa y, ¡oh sorpresa!, informan por radio que se suspenden los
               vuelos nacionales e internacionales por la pandemia hasta nueva orden,
               pues el virus había llegado al país, cosa que no me lo esperaba. Al entrar
               al último turno, con la convicción de que serían los últimos dieciocho
               días de un año lleno de enseñanzas, que sucedan cosas como estas alteran
               a cualquiera, en medio de la selva, y sin fecha de retorno.
                  Me quedaba la resignación y empezar a vivir el día a día. Así fue
               como una madrugada, los habitantes de la comunidad tocaron a mi puerta,
               alertándome sobre alguien que había tenido un accidente; rápidamente,
               tomé mi equipo de trabajo y acudí al llamado. Se trataba de un joven que
               había sido mordido, en su mano derecha, por una serpiente de las más
               venenosas del oriente ecuatoriano, mientras iba camino a casa. El edema
               que esa mano presentaba era impresionante, ya que duplicaba su tamaño
               original, con el tiempo en contra y sin saber cómo proceder al no tener
               experiencia en casos como este.
                  Temeroso, fui por la medicación y apliqué  los protocolos. Trascu-
               rrieron veinticuatro horas de tensión, en constante monitoreo, con recu-
               peración y final feliz. Hubiese querido que todos los pacientes que lle-
               gaban a mí, en busca de ayuda, tuvieran la misma suerte, pero no fue así.
               Este es el caso que no olvidaré.
                  Arribó a mi puesto de salud, un pequeño de tres años de edad, acom-
               pañado por su padre, con el fin de encontrar respuestas para un edema a
               nivel del párpado derecho. En la valoración, me di cuenta de que algunas
               cosas no estaban bien, y podría ser peor en el tiempo, por lo que prescribí
               tratamiento de inmediato, dadas las posibilidades y el entorno del lugar.





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