Page 58 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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Carta III



                                           A la Sra. Saville, Inglaterra







                                                                                            7 de julio, 17…


           Mi querida hermana:


               Te escribo unas líneas apresuradamente para decirte que estoy bien… y que el

           viaje va muy adelantado. Esta carta llegará a Inglaterra por medio de un mercader que
           ahora regresa de Arkangel; es más afortunado que yo, ya que quizá no vea mi país
           durante muchos años. Sin embargo, me siento animado: mis hombres son valerosos y,
           al parecer, de firme resolución; no les desalientan los témpanos que continuamente

           pasan junto a nosotros y anuncian los peligros de la región hacia la que avanzamos.
           Hemos alcanzado ya una latitud muy alta; pero estamos en pleno verano y, aunque no
           hace tanto calor como en Inglaterra, los vientos del sur, que nos empujan velozmente
           hacia esas costas que tan ardientemente deseo alcanzar, traen una tibieza vivificante

           que no me esperaba.
               Hasta ahora no ha sucedido ningún incidente digno de figurar en una carta. Un
           ventarrón  o  dos  y  una  vía  de  agua  son  percances  que  los  navegantes  apenas  se
           acuerdan de consignar, y me daré por satisfecho si no acontece nada peor durante el

           viaje.
               Adiós, mi querida Margaret. Ten la seguridad de que por mí, y por ti también, no
           arrostraré peligros temerariamente. Seré frío, perseverante y prudente.
               Pero  el  éxito  coronará  mis  esfuerzos.  ¿Por  qué  no?  He  llegado  hasta  aquí,

           trazando  un  rumbo  seguro  por  mares  jamas  surcados,  con  las  estrellas  por  únicos
           testigos y espectadores de mi triunfo. ¿Por qué no continuar con el proceloso pero
           obediente elemento? ¿Qué puede detener al corazón decidido y a la voluntad resuelta
           del hombre?

               Estas no son más que efusiones involuntarias de mi corazón. Pero debo terminar.
           ¡Que el cielo bendiga a mi querida hermana!


                                                                                                        R. W.

















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