Page 8 - Ebook | Amanda la niña traviesa | 2020 Editorial HL
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Editorial HL | Literatura Moderna
Cierto día mi teléfono sonó y al contestar resulto ser la directora de la escuela de Amanda,
diciendo que quería verme urgentemente en su oficina porque mi hija se había peleado de
golpes con su novio en los casilleros.
–¡No es posible!, así me dije mientras conducía a toda marcha, —Mi hija se había peleado a
golpes con un hombre. No lo podía creer y más aún porque fue aparentemente con su
novio.
Y estacione el coche y baje a toda prisa...
—¡Pero si solo tiene quince años, bueno, no me sorprende...!—. Me repetía al atravesar los
pasillos de la escuela preparatoria H, ya saben, todos repletos de estudiantes de
preparatoria, enérgicos, en movimiento, curiosos y vivarachos al asecho, con sus mochilas
y sus sonrisas...
En eso, recordé brevemente que debía ver a un paciente por la tarde en el consultorio, así
que apresure el paso hacia las oficinas de la dirección.
Entre al despacho de la directora y la encontré hablado con mi hija y un chico que tenía la
nariz rota y un par de arañazos de lado a lado de su cara.
Mientras que por otro lado, el blanco rostro de Amanda tenía rastros de un moretón como
de un puñetazo.
— ¡Que chingados paso aquí!, Amanda, ¿Quién es este pendejo? —Así le dije al entrar de
lleno en la habitación luciendo mi clásica gabardina negra. No supe que más decir... La
directora se quedó callada mirándome pues seguro nunca antes alguien la había
interrumpido de esa manera.
—¡Papa¡, —se levantó Amanda de su asiento y me agarro de la mano mirándome para que
entendiera que todo estaba bien y que ella había ganado la pelea; así que me controlé y
mire al chico que estaba de brazos cruzados sentado al lado de la directora.
Un gordinflón, chiquilin de 17 años aproximadamente, de cara rosada, con la mirada
paralizada al frente, sudoroso, cachetón, calmado pero lo suficientemente asustado como
para reaccionar violento si se le provocaba.
Aasí que procedí a decirle algo al muchacho; sin embargo, en ese momento se abrió la
puerta de la oficina, por segunda vez en el día, de golpe, con la misma energía que cuando
yo había hecho mi aparición momentos atrás; pero esta vez, se dejó ver como entraba la
obscura forma de un sombrero de bombín negro fino de ala ancha con una melena debajo,
lisa de color azabache, juvenil, esbelta, gritando como loca:
— ¡Hank, mírate, qué pasó, espero que haya valido la pena, sabía que esa niña te traería
problemas con todas las ideas que te mete en la cabeza!—. Dijo la mujer que deslumbraba
una piel muy blanca.
Así llego ella, alardeando frente a la directora.
En eso, se quedó callada, pues claro, sintió mi presencia y me vio a los ojos.
Después de tanto...
Si, después de tanto, finalmente.
No había dudas, era ella; así como lo había sido antaño.
Aquella mujer bajo el sombrero y exquisitas ropas obscuras era Mónica, mi antigua
compañera en otra ciudad, años atrás, es decir, ella era la única persona capaz de beber y
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