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inevitablemente sucedió en el caso de Osvaldo, tal como acontece con las personas que superan las ocho décadas de existencia. Fue llevado a Buenos Aires para tratar de salvarlo, pero Dios ya lo te- nía en su plan divino y lo arrancó de este mundo un 23 de agosto de 2011, a los 86 años de edad. Fue llorado por Lesma Nieme de Monasterio, su compañera de toda la vida, por sus hijos, nietos, bisnietos, amigos y por gente que trabajó con él en diversas etapas de su provechosa existencia. Santa Cruz y Bolivia también lamen- taron su muerte. Partía hacia la eternidad un visionario de calibre, un grande entre los grandes, uno de los mejores empresarios que tuvo el país en la segunda mitad del Siglo XX y albores del Siglo XXI.
Como en palabras similares se expresó -en un audio visual de UNITEL también propalado por otros medios- es un hecho que Osvaldo Monasterio fue impulsor decisivo del desarrollo cruceño y boliviano. Era un hombre tenaz y enfrentaba sus proyectos con firmeza hasta plasmarlos. Siempre fue además un conversador


































































































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