Page 19 - La niña del vestido antiguo y otras historias pavorosas
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—¡Luciiiiiiinaaaaaaa!


               Se lleva los dedos a la boca y empieza a morderlos con frenesí.


               —¡Voooooy! —desaparece al dar vuelta en la escalera.


               Juan se queda solo en la habitación. Percibe un rumor callejero. Mira a su
               alrededor. Se asoma por la larga ventana hacia la calle. Ve pasar un carruaje
               jalado por caballos negros que llevan arneses en la cabeza. El conductor es un
               hombre vestido con un traje semejante a los que vio en su libro de Historia, en la
               lección del Porfiriato. Observa que las casas de enfrente ahora están llenas vida.
               Hay flores en todas las macetas, las puertas parecen recién pintadas y un joven
               ofrece agua en barriles. Mira el diario de Lucina sobre el buró. Esta a punto de

               hojearlo, pero de pronto escucha sus sollozos y una voz grave:

               —¿Les sacaste filo a las tijeras?


               Es la voz de la mamá de Lucina. Bajan por la escalera. Vienen por él. Juan sale
               por otra puerta y corre en sentido contrario por el pasillo. Puede ver varias
               habitaciones más. Al pie de cada puerta hay un par de zapatos. Ahora la voz
               grave de la señora viene del lado opuesto. El chico tiembla. Se refugia en la

               última habitación que se ve en el pasillo. Dentro, suena una cajita musical.
               Dirige su mirada hacia una bailarina que gira lentamente al compás de aquella
               música dulce. La penumbra lo cubre todo. Huele agrio. Juan intenta pasar
               inadvertido.


               La habitación es similar a la de Lucina, pero más oscura. La cama tiene una
               cabecera alta y columnas que sostienen una especie de techo de madera del que
               caen unas cortinas de tul. Hay tres almohadones en el extremo. Un vaso de
               vidrio guarda una dentadura ensangrentada. Debajo de la cama el muchacho
               alcanza a ver un bacín de peltre, y en la pared, una foto en blanco y negro en la
               que aparece retratada una mujer joven con un vestido lleno de botones. Sus ojos
               se acostumbran a la penumbra. En el tocador, el chico distingue una gran
               cantidad de utensilios de belleza: cepillos, peines, rubor, polvo de arroz, leche de
               burra, rebanadas de betabel, pomada de la Campana, talco Maja. Camina hacia la
               ventana para esconderse detrás de las cortinas, pero se estremece al descubrir
               una mecedora que se balancea. En ella está sentada una anciana. Se acerca a ella,
               pero se da cuenta de que es una momia con los labios pintados de rojo carmesí.
               La piel está pegada a los huesos. El rostro es casi una calavera. En la mano
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