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24 Fernando Mora Zahonero | El Azufre Rojo VIII (2020), 18-33. | ISSN: 2341-1368
«Nuestra ansiedad semántica nos ha hecho olvidar que también las palabras arden y se
hacen carne cuando hablamos. Es necesaria una nueva angelología de las palabras para
que podamos recuperar la fe en ellas. Sin la inherencia del ángel en la palabra –y «ángel»
signif ca originalmente “emisario”, “mensajero”–, ¿cómo vamos a expresar otra cosa que no
sean opiniones personales, cosas elaboradas en nuestra mente subjetiva? ¿Cómo transmitir
de una psique a otra algo de valor y con alma –una conversación, una carta, un libro–, si no
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hay signif cados arquetípicos en las profundidades de nuestras palabras?»
Abundando, desde el punto de vista del suf smo, en el simbolismo que vincula a ángel y
palabra, añadiremos que el dominio de experiencia en el que la función de los ángeles parece
más íntimamente ligada al devenir de los seres humanos es la ciencia de las letras (ʿilm al-ḥurūf).
Según esta ciencia, que es un saber fundamental entre los santos musulmanes, la creación del
cosmos tiene lugar a partir de las veintiocho letras del alifato combinadas entre sí en orden
de complejidad creciente. Estas letras primordiales son consideradas ángeles en sí mismas.
Es en ese sentido que Ibn ʿArabī declara que las letras del alifato son una comunidad de seres
vivientes. De ese modo, si los ángeles también son palabras (verbos divinos, como los def ne
Sohravardī), el conocimiento esotérico del lenguaje dará acceso al conocimiento esencial
de los ángeles. Según el gran especialista en magia y esoterismo, el magrebí Aḥmad al-Būnī
(s. xiii), cada aleya coránica es un ángel y cada palabra de la que remite a un ángel, el cual
constituye su sentido oculto.
La anterior af rmación evoca la experiencia que tuvo Ibn ʿArabī durante su infancia, en la
que habiendo caído en coma debido a una grave enfermedad, alcanza una visión en la que
se ve acosado por un grupo de seres horrendos, hasta que de pronto son derrotados por una
f gura luminosa, de espectacular belleza, que exhalaba un poderoso perfume. Al preguntarle
quién era, aquel ser le respondió que era la azora Yā-sīn. Al despertar del coma, vio que su
padre terminaba de recitar, en la cabecera de su lecho, dicha azora.
En otro orden de cosas, en ocasiones, los sufíes sumergidos en trance prof eren palabras y
frases en lenguas desconocidas, y la enunciación de estas glosolalias se denomina (suryāniyya),
un término que no se corresponde con el idioma arameo, tal como designa ordinariamente,
sino con la lengua de los ángeles, el cual no es un idioma particular utilizado por estos, sino
que designa el efecto de su presencia –dado que los ángeles son en sí mismos palabras– en
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el alma de los extáticos. Al af rmar que los ángeles son palabras (así como las palabras son
ángeles), debemos recordar que Gabriel, por ejemplo, es la palabra que dimana del divino
Aliento del Misericordioso.
6 Ibid., pp. 69-70.
7 Pierre Lory, «Les anges dans l’islam». París, Connaissance des religions, 2004, pp.155-166. https://halshs.
archives-ouvertes.fr/halshs-00323707