Page 38 - VALORES DE 1º ESO
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María Ortiz Calvo 1º ESO-B



                         Érase una vez un gato llamado Latón que vivía en
                  una  cueva  con  el  resto  de  familias.  En  esa  cueva  habían
                  vivido los gatos desde hacía tanto tiempo que ni el más viejo
                  recordaba qué los había llevado allí, cómo o cuándo y solo
                  quedaban leyendas que contaban a los niños para que no se
                  acercasen al agujero de la salida. Este estaba delimitado y
                  estaba prohibido usarlo. La vida en la cueva era tranquila, el
                  sol llegaba en algunos lugares a través de agujeros a decenas
                  de metros de altura, tenían un arroyo del que obtener agua y
                  pequeñas  presas  abundaban  por  los  recovecos,  perfectas
                  para ser cazadas. No había problemas ni nada ocurría nunca,
                  pero,  lo  que  para  muchos  era  ideal,  a  Latón  le  resultaba
                  sumamente aburrido. Se pasaba las tardes fantaseando sobre
                  qué habría en el exterior.

                         - ¿Otra vez con la cabeza en las nubes, Latón? – una
                  voz interrumpió a Latón mientras fantaseaba- No entiendo
                  por  qué  quieres  salir,  aquí  todos  somos  felices.  Además,
                  todos los que han salido no han vuelto.

                         Era Lea, la hermana de Latón. Él no la soportaba: tan responsable, tan conforme, tan
                  simple, siempre cumplía las reglas a rajatabla y ni se planteaba que el exterior tuviese algo
                  bueno.  De  todas  formas,  se  querían  mutuamente  y  la  gata  atigrada  hacía  lo  posible  para
                  entenderlo, aunque no lo consiguiese.
                         - ¡No sabes por qué no regresaron! ¿Y si lo que encontraron era tan bueno que decidieron
                  quedarse? - respondió firmemente este, con el brillo verde en sus ojos llenos de esperanza que
                  tanto lo caracterizaba.

                         Lea suspiró. No había nada que pudiese cambiar la actitud de su hermano, tan decidido
                  de que tenía la razón. Ambos eran los jóvenes de la cueva, pero Latón era además el más
                  inmaduro. Él, completamente gris con una mancha negra en su ojo y oreja, era espontáneo,
                  original, soñador… En definitiva, idealista, pero inventaba historias muy divertidas.

                         - Da igual. Vayamos a cenar - se rindió Lea.
                         - Está bien…

                         Muchas tardes eran así, hasta que un día Latón decidió preparar su equipaje y se marchó.
                  Estaba cansado de la cobardía y el miedo de todos a salir; él sería valiente y encontraría un
                  lugar  mejor  para  todos.  Se  adentró  en  el  agujero  después  de  retirar  costosamente  algunos
                  obstáculos y saltar otros tantos. Por suerte, nadie lo custodiaba, ya que todos lo temían como si
                  fuese automáticamente peligroso sólo por no conocerlo. Tras dos horas en el túnel arrastrándose
                  unas veces y bordeando un pequeño arroyo otras, divisó una luz: ¡¡El exterior al fin, estaba ahí,
                  delante  de  sus  ojos!!  Latón  aceleró  todo  lo  que  pudo  y  al  fin  lo  vio,  prados  verdes,  sol
                  invadiéndolo todo, montañas, un espacio abierto… Era precioso, pero en ese momento Latón
                  divisó algo más entre la hierba: perros. No. Eso no podía ser. Los perros que todo el mundo
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