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LAS PRESENTACIONES DE ENFERMOS. ENTRE LA CLÍNICA DE LA MIRADA Y LA CLÍNICA DE LA ESCUCHA.
NATALIA ORTIZ
¿Cómo se puede basar una ciencia en lo que recuerda o deja de recordar una persona?
Jorge Luis Borges.
Desde mi lugar de asistente a las presentaciones de enfermos, en donde se entrecruzan los discursos psiquiátrico, jurídico y psicoanalítico, me resuena compartir algunas apreciaciones sobre la clínica de la mirada y de la escucha, homologándolas la primera con la psiquiatría y a la segunda con el psicoanálisis.
Bercherie en Los fundamentos de la clínica (1986) menciona que la clínica psiquiátrica, sitúa su punto de partida con Pinel, centrándose en la observación y descripción de las perturbaciones psicopatológicas, donde “la mirada parece constituir la metáfora que obsesiona esta práctica (...) la observación y la modalidad de la mirada, la define completamente, en las distintas etapas y escuelas, se encuentra en el valor universal de la clínica la mirilla exigua a través de la cual mira el mundo de la psicopatología” (Bercherie, 2009, pág. 9).
Desde Foucault (2011) el nacimiento de la clínica es en la mirada, el ojo pasa a ser fuente de toda claridad, con el poder de hacer manifiesta una verdad que se concibe por el sólo hecho de ser visible. La mirada viene a fundar al individuo en su calidad de irreductible, organiza alrededor de él un lenguaje racional, el objeto del discurso pasa a ser el sujeto. Por lo que el acceso al individuo como objeto del discurso es gracias a la mirada positivista, quedando así entre la dualidad de lo visible y lo invisible, de esta manera, lo que se busca es que en una sola figura, se articulen el lenguaje médico y su objeto, cambiando desde la pregunta ¿qué tiene usted? a la pregunta ¿adónde le duele a usted?; donde la clínica busca bajo la mirada, sustentar el discurso médico con la posibilidad de un lenguaje sobre la enfermedad que denote exactitud entre la palabra y lo observado, el enfermo y la enfermedad, lo individual y lo conceptual, en fin, entre lo visible y lo enunciable, donde la reversibilidad entre estos, es una exigencia de la clínica, describir es ver y saber la verdad de las cosas al mismo tiempo.
Entre esos sujetos en calidad de objetos de observación se encuentran los locos que en la época clásica se les atribuía estar por fuera de la razón, en la sinrazón (Foucault, 2010), pensando que la cura debía suprimir toda enfermedad, en el caso de la locura se haría atacando la sinrazón- todos sus determinantes y todo lo determinado por ella- a través del dominio clínico, su nexo entre teoría y práctica, ajustados a una experiencia concreta y a un lenguaje en común que permita al menos la comunicación imaginaria entre médico y enfermo (Foucault, 2010). Es Freud con su invención del psicoanálisis quien va a tomar a la locura en su nivel de lenguaje, “no se trata de psicología lo que se trata en el psicoanálisis, sino precisamente de una experiencia de la sinrazón que la psicología del mundo moderno tuvo por objeto ocultar” (Foucault, 2010, pág. 529).
El psicoanálisis subvierte la clínica, sus prácticas y sus discursos. En la clínica psicoanalítica “la palabra es el único medio, el único tercero entre analista y analizante” (Clavreul, 1978, pág. 12). Sólo desde la clínica psicoanalítica se puede enfrentar al sujeto con su deseo, lo que hace surgir el saber inconciente. Cabe señalar que “hay un deseo porque hay inconciente, es decir, lenguaje que se le escapa al sujeto en su estructura y sus