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quel vuelo desde la Ciudad de México había durado ya más
de 5 horas. Aficionado desde siempre a viajar sentado junto
a la ventanilla, en esta ocasión no había resultado muy bien,
porque afuera - salvo algunas nubes ocasionalmente iluminadas
por algunos rayos- todo era oscuridad. De pronto, llamó mi aten-
ción ver alrededor de 40 grandes barcos sobre el mar (sólo enton-
ces supe que sobrevolaba el Océano). Comenzaba a perfilarse el
horizonte con los primeros rayos de sol y, al acercarnos a la costa,
distinguí en tierra una de las estructuras de ingeniería humana
más sorprendentes de la era moderna. El Canal de Panamá.
Aquellos barcos estaban formándose para la entrada al canal que
les ahorraría la vuelta hasta Cabo de Hornos, en Chile.
Mi visita a la ciudad fue muy corta, ya que tan solo era una
escala, yo iba más al sur. Pero tengo anotado en la lista de mis
pendientes conocer esa ciudad y un poco más de su cultura.
Tiempo después quise saber que me perdí. Encontré por ejem-
plo que es la única ciudad del mundo donde puede apreciarse el
amanecer y el atardecer sobre el mar con doce horas exactas de
diferencia. Luego de la evidente relevancia turística del Canal, con
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