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del Vaticano. A cambio de algunas
la de Isabel la Católica, quien, pese a su
él como «el extranjero» (por su
enjugar la desesperada situación financiera y, de pro-pina, a hacerse cargo
Y el milagro se materializó. Inesperadamente, el Opus Dei se ofreció a

del 30 % de los gastos anuales concesiones, por supuesto, quid pro quo. Como es lógico, Juan Pablo II aceptó y aquel mismo año se vio obligado a pagar la primera «letra» a la Obra, concediéndole el estatuto especial de Prelatura Personal del Papa. En los años sucesivos pagaría el resto facilitando primero el desembarco en la administración vaticana de una auténtica legión de miembros del Opus Dei, que coparon los puestos decisivos, y promoviendo después

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