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Quisiera que este libro lo lean muchos ministros, hombres de Dios, jóvenes dispues-
                tos a pagar el precio de servir a Dios abriendo iglesias en aldeas, pueblos y ciudades.
                Cada iglesia que se abre es una puerta al cielo para que la gente que sufre encuentre
                una salida en Jesús.
                  Abran iglesias en todos los rincones de la tierra.
                Escucho la voz de Dios que les dice:

                “Diles que confíen en los discípulos que están a su lado, los obreros, los matrimonios jóvenes.
                No tarden, abran iglesias. La mies es mucha y pocos los obreros. ¿Hasta cuándo van a esperar
                para enviarlos? Yo los voy a cuidar –dice el Señor – . Deben ser llenos del Espíritu Santo y de
                buen testimonio”.

                  Si alguien me preguntara qué pienso sobre abrir iglesias, le diría que debería haber
                una iglesia en cada esquina, para que el cuidado de las almas sea más personal. De
                esta manera también podemos conocerlas a todas. Que podamos salir a buscar a las
                ovejas perdidas.


                  Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y los
                escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come.
                Entonces él les refirió esta parábola, diciendo:

                   ¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las no-
                   venta y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la
                   encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa, reúne a sus amigos y
                   vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había per-
                   dido. Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que
                   por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.
                   –Lucas 15:1-7

                Rocco y Elena: Gracias por ser valientes y por escribir este libro.

                  –CARLOS ANNACONDIA–


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