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Todo comenzó con mi llamado al ministerio cuando era niño y vivía en los Estados
Unidos; ya en ese tiempo quería servir al Señor plantando iglesias. A los 18 años
participando de una reunión de la Convención Nacional, estuve en las tribunas escu-
chando el mensaje de la noche que se basó en 1 Reyes 19 y se enfocó en la respuesta
de Eliseo al llamado que le hizo Elías. Como respuesta Eliseo utilizó de leña el arado
con el que trabajaba hasta ese momento, coció la carne de los bueyes para ofrecerla al
pueblo y dejó todo para dedicarse al servicio. Dios tocó mi corazón con esta palabra
de manera que me entregué para servirlo a tiempo completo.
Mientras estudiaba en el Seminario de Pensilvania para prepararme, Dios siguió
confirmando su llamado en mi vida. Yo pensaba que iba a plantar iglesias en los Esta-
dos Unidos, en la zona norte y noreste, donde hay pocas congregaciones, ese era mi
anhelo; sin embargo el Señor tenía otros planes.
Después de estudiar me fui a Nueva York para pastorear a los jóvenes, resultó una
buena experiencia como pastor asociado. También tuve la oportunidad de hacer un
viaje misionero a México.
Al regresar de ese viaje, estando en un parque con Elena, mi esposa, le pregunté
si sentía lo mismo que yo en cuanto al llamado de Dios. Ella me contestó que sí. En
ese tiempo llevábamos un año de casados. Los dos coincidimos en que teníamos que
dejar la iglesia donde nos congregábamos, pero aún no teníamos una respuesta de
Dios sobre a dónde ir, recién Él empezaba a llamarnos para ser misioneros. Entonces
comenzamos a salir a predicar y a visitar otras congregaciones.
Justo en ese tiempo, mi hermano, que estaba como misionero en Paraguay, me pre-
guntó por medio de un correo si quería ir a predicar en unas campañas. Con Elena
le dijimos que sí. Tomamos toda la ofrenda que la iglesia nos dio y compramos los
pasajes para ir a Asunción, Paraguay. Allí predicamos en la campaña todas las noches.
Dios fue fiel en confirmar su llamado.
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