Page 53 - Cómo aprendimos a volar (II Edición)
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Primera parte. La enfermedad en el nido
Mi hija tenía 14 años cuando le diagnosticaron una enfermedad de esas graves,
que a veces son mortales, y eso era lo más triste para mí y más triste todavía porque no con- taba con el apoyo al cien por ciento de su padre.
Cuando le conté a
mi amiga lechuza lo
que sucedía, ella me
dijo “vamos para el
Centro que está en las
nubes, tú no tienes
por qué llorar, porque
las cosas pasan y
todo es por algo”. Entonces fui, conocí a una venada que le gus- taba compartir con nosotras las aves y a una ardilla bien bonita que venía de la ciudad y que tenía más o menos la edad de mi hija, ella me decía que no sufra, que las cosas pasan y que mi hija se iba a recuperar, que no llore. Ella me abrazaba, conversaba conmigo y era como si estuviera con mi hija.
Paso a paso, en los talleres,
conversaba con mis compañeras aves, con mi joven amiga ardilla, con la venada y otras compañe- ras; eso me ayudó a ir saliendo poquito a poquito, paso a paso, diciéndome que sí podía, que iba a salir de eso y que, si la vida decidía llevársela, por algo sería.
El tratamiento de su enferme- dad fue lo más duro, su dolor era terrible, ella lloraba,
llorábamos juntas. Yo sentía impotencia. También sentía culpa por haberle dejado, porque con mi marido nos habíamos ido a otra tierra, dejándole a cargo de mis demás
wawas. El tratamiento siguió un año, hasta eso regresó el papá, pero a él lo que más le importaba era lo material, no pensaba en sacar adelante a mi wawita, sólo pensaba en su comodidad, eso también me dolió mucho. Pero mi hija fue recuperándose, recu- perándose. Mi alegría era ver cómo se empeñaba en salir ade- lante, en estudiar. Se quedaba descolorida por el tratamiento, pero así se iba al colegio, ella se
“Yo agradezco el apoyo, que da fuerza para una misma salir adelante, para no dejarse caer”
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