Page 130 - Historia de la civilización peruana contemplada en sus tres etapas clásicas de Tiahuanaco, Hattun Colla y el Cuzco, precedida de un ensayo de determinación de "la ley de translación" de las civilizaciones americanas
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      tral, se colige que el primer pensamiento de aquéllos ha debido
      ser llevar consigo aquellas reliquias, en calidad de inapreciable
      trofeo, al emprender la vuelta a sus respectivos lares.
          Obsérvese la geografía religiosa del territorio ocupado por
      sus descendientes,  y se ofrecerán a la mirada los mochaderos en
      que fueron depositadas aquellas prendas; mochaderos, decimos,
      sobre cuyos cimientos  el evangelizador castellano puso empeño
      en levantar sus templos, encaminado en tal forma, con rumbo a
      Cristo  y a María, una suma de añoranzas arraigadas antaño en
      lo más íntimo de la sensibilidad de la raza.
          La Virgen de las Peñas, en el Valle de Azapá, la del Carmen,
      en el caserío de la Tirana, situado al pie de la sierra de Tarapa-
      cá, la de Andacollo, en la provincia oollagua de Conquimbo, la del
      Socavón, en Oruro, la de Copacabana, en la península de su nom-
      bre,  y  otras que podríamos citar  y  que hoy vemos convertidas en
      meta de peregrinaciones que parecen copiar los antiguos raymis
     cuzqueños, antójansenos reminiscencias del culto familiar de las
     momias recuperadas por los Collas al producirse la caída de Tia-
     huanaco.
          Los Hattun Collas transportaron las momias de sus “willcas”
     “cullacas”  y  “ñustas”  (capitanes ,  cacicas  y  princesas) a la co-
     marca de Sillustani, situada hacia la extremidad superior del lago
     de Titicaca, de que es centro hidrográfico la laguna de Umayo,
     rodeada en nuestros días de nobles ruinas funerarias,  y  las deposi-
     taron en una serie de mochaderos cuyos nombres modernos: Ca-
     baña, Cabanilla (“cachuana grande”  y  “cachuana chica”), Coata,
     Vilque  y  Sillustani, delatan su carácter ritual original.
          Los Paucar Collas, dueños de las tierras de Chucuito, llave,
     Pomata, Juli, Acora  y  Zepita, las depositaron en la península de
     Copacabana, la cual había de -adquirir desde aquel momento his-
     tórico el vaho del milagro  y  santidad que flota en su ambiente  y
     que culmina en el culto de su portentosa Mamita  la cual resulta
     siendo, a esta cuenta, la heredera de los afectos que una raza
     agradecida jmofesó a la nutrida teoría de sus “pallas”  y  de sus
     “ñustas” benéficas.
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