Page 152 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/ El manuscrito carmesí
nuestro favor; a pesar de los pasos con los que parecíamos retroceder, a pesar de los
episodios que se urdían en nuestra contra. El amor es este triunfo, esta valiente reciprocidad
que no exige sino aquello que se le da; que dice sí cada mañana y se apresta a pasar el día,
pendiente de quien ama, del modo más jubiloso que le sea posible.
Moraima siguió hablándome:
—Lo único que me entristece, y no tanto como para impedir que bendiga nuestra vida,
es que hayamos perdido, tanto tú como yo, a quienes más amábamos fuera de nosotros
juntos, fuera del ser único que somos tú y yo juntos.
—¿A quién te refieres?
—¿A quién va a ser? —Una alarma afloró a sus ojos; luego continuó más
lentamente—. Yo he perdido a mi padre; tú, a tu hermano.
—¿Mi hermano Yusuf? —grité, quebrantando la norma que nos hemos impuesto de
hablar bajo, para no despertar la susceptibilidad de los guardianes.
—Aben Comisa no te ha contado nada. Me lo figuré. Para él era más cómodo que yo
te lo dijera.
Maldito raposo. Por eso me he traído: es lo único bueno que ha hecho, y a su pesar.
Muy despacio, como la madre que arrulla a un niño, atusándome el pelo, secándome
con sus dedos las lágrimas, dejándome llorar contra su pecho, me ha relatado lo sucedido.
Yusuf ha muerto. Yusuf ha sido asesinado.
Mi tío ‘el Zagal’, a instancias de mi padre, había cercado Almería. En ella, un simulacro
de corte agrupaba a unos cuantos resistentes en torno a mi madre, a mis dos hijos y a mi
hermano. Eso lo supe por Aben Comisa, pero con muy distinto matiz. Mi madre, al ver
tambalearse sus proyectos, deseosa de conservar en sus manos alguna ventaja, se refugió
con mis hijos en Vera, donde estaba la corte del falso Boabdil. El príncipe Yaya, cuñado del
“Zagal”, se hallaba sin guarnición. Sus habituales traiciones han enseñado a precaverse a
los sultanes granadinos, fuesen quienes fuesen; decidió, pues, rendir la plaza. Desde la
alcazaba sostuvo las pertinentes conversaciones con “el Zagal”; pero, medroso de que mi
tío, al no encontrarnos a mi madre ni a mí, tomase represalias, quiso darle una prueba de
que su sumisión era completa y de que se adhería a su partido. Husayn, que pertenece a su
desastrosa escuela y ha ganado su aprecio, estaba junto a él. Sin pensarlo dos veces, le
mandó que matara a mi hermano, que lo decapitara y que llevase su cabeza, envuelta en
alcanfor, a Abu Abdalá.
¿Qué cerrazón le hizo olvidar que Abu Abdalá era el tío y el suegro de mi hermano?
¿Creería que así se adornaba al menos con la proeza de truncar la esperanza de la mitad
del Reino? ¿Creería hacer méritos nuevos ante el Señor de la Alhambra?
Husayn fue en busca de Yusuf.
Cuando mi hermano lo vio, supo a lo que venía, y más al presenciar cómo tendían una
alfombra en el suelo y acercaban un alfanje afilado.
—¿Te envía el sultán mi padre para que me degüelles?
—Así es, Yusuf —mintió Husayn.
—Nunca oí ni leí que un padre hiciese nada semejante contra su hijo. —Y añadió
después—: Permite que lave mi cuerpo antes de entregarlo.
Salió a un patio con alberca, y se desabrochó las ropas, y purificó su joven cuerpo
desnudo, y pidió ropa limpia, y se la puso. Luego, mirando a Husayn que no lo había dejado
de vigilar, abrió los brazos y le dijo:
—Sea.
Y Husayn cumplió la orden. El arca en que dispuso la cabeza de Yusuf incluía también
una cartela roja con una dedicatoria: ‘Para el verdadero sultán, de su primo Yaya.’ La
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