Page 153 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/ El manuscrito carmesí
inscripción era equívoca: ¿se dirigía a mi padre, o estaba el gobernador de Almería
invitando al “Zagal” a rebelarse?
Mi tío contempló, mudo, el lúgubre despojo y la cartela. Sé, como si lo estuviese
viendo, que miró fijamente a Husayn, que le obligó a bajar los ojos, que le congeló en los
labios su sonrisa aduladora. Después cerró el arca damascena de nogal y de nácar en la
que la cabeza le había sido entregada, y le ordenó a Husayn, ya sin mirarlo, que la llevase al
instante a Granada. Tras esto, prohibidas las gritas a su tropa, ocupó Almería en el mayor
silencio. En la alcazaba, forzó a jurar a Yaya sobre el Corán, si no quería morir allí mismo a
sus manos, que se sometía para siempre a sus dictados.
Yaya lo obedeció: está demasiado hecho a jurar en falso como para arredrarse. Y no
sé si le dijo —aunque supongo que no, por su propio bien— que el Boabdil que había tenido
entre los muros de Almería no era el auténtico.
Por lo que ha contado un confidente, mi padre, al recibir la cabeza de mi hermano, a
pesar de haberlo tenido él mismo preso y amenazado de muerte, se sobrecogió tanto que
cayó al suelo presa de convulsiones. El confidente, que no sé al servicio de quién lo es ni a
quién vigila, dijo que fue un ataque de epilepsia, de los que el anciano no se ha visto en los
últimos años completamente libre, y añadió que ése era el fin perseguido por mi tío al
enviarle el cruel trofeo. Cuando mi padre se recuperó, estaba ciego; no ha conseguido
recobrar ni la visión ni la salud. De ahí —concluyen los informadores—, que anden revueltos
los ulemas de Granada en busca de una solución que no esté ni a favor de mi padre ni al
mío.
—Hace tiempo —predican— que andáis divididos entre dos reyes, de los que ninguno
tiene la autoridad requerida para remediar vuestros males. El padre es inepto, por su edad y
por sus dolencias, para salir contra el enemigo; el hijo es un apóstata, desertor del trono y
desgraciado por su destino. Digno de empuñar el cetro sólo es aquel que sepa blandir la
espada. Si lo buscáis, no os será difícil encontrarlo.
En eso coinciden con la advertencia tácita de Aben Comisa y con la sugerencia escrita
por Yaya en el horroroso regalo. Todos se refieren a mi tío “el Zagal”.
Yo mismo aquí, en Porcuna, he recapacitado a menudo sobre la renuncia de mis
derechos en él. Pero ¿quién respetaría la voluntad de quien hoy llaman desertor del trono?
¿Y de dónde procedería esa abdicación? Salvo contadas personas, no interesadas en dar
constancia de ello, el resto ignora que aún me hallo prisionero. Tiene razón Moraima cuando
dice que las riendas de lo que acaece fuera de aquí no las tengo en mis manos.
Estos días pasados, desconcertado por el sesgo de los acontecimientos, he escrito
unas cuantas frases, que me agradaría que “el Zagal” conociera alguna vez, pero sé que
jamás conocerá.
“Al enviado de Dios. Al invencible.
A Aquel cuyo solo nombre provoca aún el horror de los cristianos.
A Aquel cuyos tambores son la única voz que se alza insobornable contra los reyes
enemigos.
Lo había proclamado, y ahora te lo repito:
’Inténtalo; no te detengas más: ni tú, ni yo, ni nadie conoce el día ni la hora.
Apresúrate; no te detengas, indómito.
Alza tu brazo, valiente, y ve.
Estamos todos suspendidos ante tu voz.
Cumple tu radiante destino de invencible.
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