Page 232 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/ El manuscrito carmesí
de todo será vuestra. Y no penséis que alargar este hecho aproveche vuestros negocios,
antes sed ciertos de que toda dilación os es dañosa”. Y se despedían con una garantía
frente a la competencia de otros negociadores: “No creáis que nos placerá que este trato se
trace por otra vía ni por otra parte”; pero con una admonición: “pues por esta manera habrá
más breve y mejor conclusión para lo que os cumple”.
Aquella tarde nos reunimos los tres en la alcazaba para comentar las dos cartas y
responderlas.
¿Cómo continuar aplazando la entrevista con los reyes?; porque, si estaban tan
impacientes, cuanto más nos resistiéramos, mejores condiciones obtendríamos. El Maleh
resolvió escribirle a Zafra que estábamos contentísimos con las cartas reales; de ellos dos
añadía:
”Besamos su muy honrada carta, y la pusimos sobre nuestras cabezas, y
determinamos con entera voluntad servirles y hacer cuanto nos mandaren”. Para que no
mintiera del todo, yo le obligué a ponerse la carta sobre la cabeza, y así lo hizo burlando. En
cuanto a la entrevista, ponía muchos inconvenientes: había de tenerla uno de ellos dos,
porque introducir una tercera persona prolongaría el negocio y arriesgaría el secreto; secreto
que también se arriesgaría yendo ellos, puesto que “no podemos estar una hora ausentes
de nuestro señor, porque es costumbre que todos los caballeros y la gente nos hallen de
continuo juntos para desempacharles”, y entrarían en sospecha de no encontrarlos, y, si la
gente se enterara de las negociaciones antes de concluirlas, no sería bueno.
Así que proponía aplazar la entrevista “hasta que acabemos con sus altezas y
tengamos vuestro despacho en nuestro poder y estemos seguros de vosotros; entonces
daremos orden y pensaremos cómo se hará el negocio y se ablandará la gente”. Luego, con
destreza, transigía: “En todo caso, vaya uno de nosotros, pero ha de ser de manera que ha
de ir y volver en la misma noche, y que en amaneciendo esté en su casa”. A tal fin era
necesario el seguro de sus altezas para la ida, la estancia y el retorno, y que el silencio
fuese total salvo para sus altezas y Zafra.
A los reyes, Aben Comisa y El Maleh les respondieron poniéndose como una alfombra
a sus pies.
“Nuestra voluntad y gana es enteramente servir a vuestras altezas hasta que alcancen
su voluntad y querer, y por esta causa escribimos a vuestro servidor, vuestro secretario,
nuestro hermano, Hernando de Zafra...” Mi respuesta fue simple. A sus bífidas
declaraciones de amor, respondí repitiendo una docena de veces la palabra honrado: yo, su
carta, ellos, su secretario, mis alcaides, otra vez su carta y otra vez ellos. Protestaba de que
“nunca se quitó nuestra amistad ni se quitaría”, y aclaraba que, a su petición de “que
viniésemos pronto a vuestro servicio antes de que nos alcance alguna necesidad y alguna
falta” (para que comprendieran que había comprendido su amenaza), les hacía saber que,
“si vuestro servidor no estuvo a vuestro servicio, fue por la necesidad de la gente de esta
ciudad, que él nunca se quitará de vuestro servicio, con necesidad o sin ella”; si no cumplí,
fue “por el inconveniente de los tiempos y a causa de lo que nos acaeció con la gente de
esta ciudad”, que atentaban contra mí “diciendo que estaban muy fuertes y que no tenían
necesidad ninguna” (esto debía ser subrayado), porque aquí “hay mucha gente, y eran
descorteses con su señor, y solían levantarse contra él en tiempos de las divisiones” (ya no),
“y han menester quien los ablande y allane”. Al final reconocía que mis servidores me
representaban.
“Saludos muy honrados, y la bendición y la piedad de Dios sobre vuestras altezas”.
Por la noche vino a verme El Maleh con una hijuela que, a espaldas de Aben Comisa,
iba a agregar a su carta a Zafra.
—Zafra, señor, desconfía de Aben Comisa.
—Si Zafra desconfía, yo debo confiar.
—Si desconfía es porque el alguacil es torpe, no porque sea leal a ti.
—La torpeza también puede ser útil: tú la finges a veces, y más se ganará.
En la hijuela le decía a Zafra que, “por Dios”, la carta de sus altezas no habría sido,
“por Dios”, necesaria, sino que Aben Comisa lo expresó mal. “Éste es un lerdo y ha
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