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194 OBRAS DE SELGAS.
— Bueno ; pero es el caso que tengo ganada la
partida.
— ¡Ganada la partida! (exclamó el padre, lle-
vándose las manos á la cabeza.) {Infeliz.... jue-
gas ! . . . ¿Y dónde ?. . . . Dónde está esa casa de
¿
.
juego, que yo no la conozco?
— ¿No?.... Vamos.... V. también juega en
ella....
Esta respuesta lo dejó pensativo. Después ex-
clamó :
— ¡Desventurado !.... ¡Te gustan los naipes!. ...
— Los naipes precisamente, no; pero me gus-
tan las cartas.
— Sal de mi casa ! ( le gritó , señalándole la
¡
puerta. ) ¡Ya no tienes padre !
Entonces ei hijo cogió la capa de su padre que
se hallaba sobre una silla ; levantó la esclavina,
y metiendo los dedos por un descosido abierto
entre la tela y el forro , sacó un papel plegado
en muchos dobleces, y dándoselo, le dijo:
— Ahí tiene V. las cartas con que yo juego.
Coger el papel, desdoblarlo y leerlo, fué cosa
de abrir y cerrar los ojos.
fin.) Es un golpe
— ¡Soberbio! (exclamó al
maestro. Ven, abrázame. Tú eres mi hijo; te
reconozco. Era imposible que no tuvieras ta-
lento.
El estudiante estaba en sus glorias. Con los
brazos cruzados y la cabeza erguida , paladeaba