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268 OBRAS DE SELGAS.
solo piso, dividido en dos cuerpos por un pór-
tico, que venían á ser dos casas unidas por un
mismo techo. De las ventanas rasgadas , con an-
tepechos de hierro pintados de azul , pendían
persianas de cortina, también azules. En esta casa
vivía como un pájaro en su nido , la viuda del
,
viejo americano y en aquella mañana de Abril,
,
en que la naturaleza sonreía por todas partes,
la hija de los Guillenes había amanecido asesina-
da en su propio lecho.
El horror se pintaba en todos los semblantes,
y la consternación era unánime; pero en la par-
te más pobre del pueblo , en esa tierra humana
menos ingrata y acaso más noble de lo que se
cree , donde Rosalía había sembrado muchos be-
neficios, el furor era inmenso. Las mujeres llo-
raban desesperadas, los niños gemían asustados,
y los hombres , rugiendo como los volcanes que
empiezan á hervir, levantaban los ojos al cielo
pidiendo justicia y tendían los brazos buscando
,
al asesino.
¿Cómo se había consumado tan horrendo cri-
men?.... Si hubiéramos de atenernos á las dife-
rentes versiones que corrían de boca en boca,
acabaríamos por perdernos en un laberinto sin
salida. Para saber los detalles más principales,
tenemos que atenernos á las primeras instruccio-
nes del sumario. El Juez, noticioso del suceso,
acudió apresuradamente , tal vez pensando que