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272 OBRAS DE SELGAS.
cuantos amigos , que no le dejaban vestirse. El
Juez examinó de una ojeada todos los porme-
nores de la estancia y haciendo salir á los ami-
,
gos , se quedó solo con Guillén y con el Escriba-
no, y mirando fijamente al primero, le dijo :
— El crimen que se ha cometido es horrible.
— Horrible (repitió Guillén). Lo sé todo.
— Todo ( exclamó Magnífico.
¡ ! el Juez. )
Veamos.
Guillén estaba pálido y tenía el semblante des-
,
encajado. Movió tristemente la cabeza y con-
,
testó, diciendo
— Anoche me retiré temprano del casino.
—¿A qué hora?— preguntó el Juez.
— A las nueve (le contestó). Me sentía mal,
y llamé al Médico. Dispuso unos pediluvios , un
sudorífico y me encargó mucho recogimiento,
,
porque tenía calentura y esta mañana he sabido
,
la terrible noticia.... He querido salir , y no me
han dejado vestirme.... ¡Mi prima asesinada y
robada!.... Todavía no quiero creerlo.
El Juez elevó el labio superior en actitud refle-
xiva, mientras que sus ojos recorrían la habita-
ción como si hubiese entablado un interrogato-
,
rio mudo con los muebles. Después salió de la
estancia y examinó una á una á las personas de
,
la casa , que consistían en un mozo de muías,
una mujer del campo que guisaba , barría y fre-
gaba y en una anciana que había sido nodriza
,